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Micro-retornos




El 20 de junio llegó al hemisferio norte el solsticio de verano más extraño de las últimas décadas, incluso centurias.

El cielo estival suele estar repleto de surcos de aviones que transportan gentes de una punta del planeta a la otra: de quienes necesitan descansar y cambiar el escenario, llenarlo de sol y de agua fresca y azulada, por ejemplo. Sin embargo, para nosotros, los que nos fuimos, representa la posibilidad de un micro-retorno a nuestras raíces. Y no es tanto un lujo, como una necesidad del alma, que extiende sus manos hacia las personas, las calles, los cielos y los grillos que nos vieron crecer. Esos micro-retornos son un denominador común para una gran mayoría de migrantes del mundo entero —de los que pueden, claro— y son lo que le da cordura a la vida, porque todos, o casi todos, necesitamos sentir que hay una Ítaca con la que siempre podremos contar. Este año tan raro, muchos nos quedaremos sin ese retorno de mentirijillas, ese simulacro de vivir otra vez en casa que nos apacigua la migransiedad.

Este verano me quedo sin mi ritual de decir, entrando en las montañas: Pues ya estamos aquí otra vez.

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