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Humanos


El otro día vi un post de facebook en el que se señalaba la baja incidencia del virus en Dinamarca. Y casi con la pinza en la nariz me atreví a leer los comentarios: no falla. La cantidad de gente que recurría al tópico de: si es que allá en el norte, todo es civilización, no como aquí, que somos unos cafres y patatín y patatán. Pues bien: quien dice esas cosas no ha estado en una playa como la que muestra la fotografía, de la semana pasada, no ha ido en tren o no ha visto a la gente pegarse a la chepa de uno en las tiendas. O las fiestas clandestinas que reúnen jóvenes alocados, como aquí. Sí, sí, en el norte ocurre eso también, porque también hay seres humanos.

Las personas somos así en todos los lugares del mundo: hay cafres y pasotas, de la misma manera que hay gente respetuosa y consciente en todos los rincones del planeta. Y ese autoestigma que tanto nos gusta aplicarnos en nuestro país me parece muy dañino, porque anula, casi como quien se lo deja todo a la voluntad de Alá, la capacidad de respuesta. Y porque nos impiden ver cosas que SÍ que podrían ser interesantes: las verdaderas causas de que el virus —de momento— no se haya cebado en este territorio, un misterio que ya me gustaría resolver, pero que les dejo a los epidemiólogos. Probablemente haya tenido algo que ver una intervención muy temprana, o que no haya habido una lucha política encarnizada y todas las fuerzas políticas, en un ejercicio de responsabilidad, aparcaran en los momentos más cruciales ese ansia de juego de tronos sin escrúpulo alguno que reinan en nuestro país. De eso sí que deberíamos aprender, con cuidado de no pasarnos tampoco por el otro lado, que también hay algunas cosillas que mejorar por estos lares. Por supuesto.

En el misterioso comportamiento del virus habrá también otros factores, seguramente inadvertidos, como esos platitos de comida, tapas, cacahuetes, lo que sea, en los que entran y salen muchas manos que van a muchas bocas.

Qué sé yo; que conste que no pretendo decir con esto que seamos el mejor país del mundo, ni mucho menos, y que no esté mal hacer autocrítica. Me gustaría que aprendiéramos un poco de, por ejemplo, civismo político, de democracia, más allá de la urnocracia, que aprendiéramos a no dejar que nadie se siente en la impunidad que da el privilegio. Un montón de cosas, pero eso de es que somos lo peor ni es cierto ni ayuda en absoluto. En este momento, no nos podemos permitir el papanatismo en niguno de los sentidos: qué buenos o qué malos somos: es urgente mirar con más atención, que nos va a la vida en ello.



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