La comparación en los datos a nivel internacional es siempre un poco problemática, incluso cuando no hay motivos para embellecer nada, porque hay muy diversos criterios en la categorización de los datos y hay unas cuantas particularidades locales en la propia recolección y difusión de los mismos.
Es difícil incluso cuando existe, en principio, una unidad de criterio en el registro: Por poner un ejemplo relativamente neutro, pueden producirse desvirtuaciones de la la categorización de la siniestralidad entre los ciclistas, bien porque no se contabilizan todos los accidentes —no son antendidos por ninguna autoridad que pueda dejar constancia o simplemente, la policía no los registra— bien porque las causas de las lesiones que produzcan se categorizan como algo distinto de un siniestro vial, bien porque los efectos tardan en mostrarse. Esta es solo una de las facetas que pueden afectar a la comparación cuantitativa de datos, incluso en los casos en los que supuestamente hay unidad de criterios y poca urgencia por embellecer las cifras.
Todavía dentro del terreno de una neutralidad, las cosas se complican al saltar fronteras. Qué y cómo se mide puede diferir enormemente.
Cuando añadimos un cierto interés intencional en la presentación de los datos, fuera o dentro del ámbito estrictamente científico, los números empiezan a teñirse de colores, y, en ocasiones, se convierten en banderas. Y ni siquiera me refiero, por ejemplo, a intentar camuflar los males para evitar pérdidas económicas por el estigma de la enfermedad (que también), sino por pura autocomplacencia nacional(ista) en la narrativa de la propia situación. Las cifras están ahí, pero se ignoran unas, se resaltan otras que hagan parecer el cuento más bonito.
Veo en estos días muchos ejemplos, pero tomaré la prensa francesa; me contaba María que con cifras de tragedia similares a las de nuestro país o la vecina Italia, las portadas hablaban en letras grandes de la espantosa situación española. Nosotros mejor.
Esta autocomplacencia puede traducirse en imprudencias que cuestan vidas, que arrastran dolores, porque la arrogancia ombliguista es ciega a los saberes de otros. A quienes las vemos desde la perspectiva que da lo ajeno, esas actitudes nos remueven algo dentro. ¿Nosotros mejor? ¿Qué nosotros?