Los lenguajes no son meras sucesiones de palabras ordenadas de una manera determinada. Cada lengua guarda mundos enteros en su barriga. Así, aprender un idioma es sumergirse no solo en una selva de palabras nuevas, con sus órdenes y sus apéndices; es adentrarse en otro planeta. Los distintos idiomas proyectan, sin que seamos necesariamente conscientes de ello, imágenes diferentes del mundo. Y así, los conceptos de la realidad pueden diferir mucho o poco entre culturas. (Aquí inserto pequeño paréntesis para aclarar que esta diversidad cognitiva es, de hecho, una ventaja y parte de la hermosura de nuestro planeta). Y esto, que se va por los campos de la metafísica, tiene, sin embargo, un impacto muy grande en nuestra manera de vivir, hasta en lo más cotidiano.
Esto podría parecer banal, pero no lo es en absoluto. Que el conocimiento del mundo está vehiculado por el lenguaje ha sido y es objeto de estudio de algunos de los más grandes pensadores. Pero es que va más allá: no es solo que nuestro conocimiento del mundo depende del Lenguaje en abstracto: es que depende de cuál utilicemos: nuestra visión del mundo está ligada a la particular vista que nos brinda nuestra lengua. Y todo, sin que nos demos la más mínima cuenta.
Pienso que decir que cada idioma se acopla a la realidad que tiene que describir es una simplificación determinista-materialista que olvida aspectos gruesos de la creatividad humana. No dejaría de ser interesante la (por cierto mítica, y falsa) idea de que las lenguas habladas por los Inuit contuvieran más términos para la nieve (mejor y más correcto sería usar los ejemplos de la cantidad de términos para la patata en culturas del continente americano, o de los pimientos en la Rioja: y esto es verídico y no es para haceros reír) y sin embargo, a mí me interesa más aún el revés de este tema: no cómo el lenguaje se adapta a la realidad como un guante (si es que eso fuese posible, si es que no hubiese que tirar escaleras después de haberlas subido) sino cómo el lenguaje, nuestro lenguaje, moldea la realidad, moldea nuestra percepción del mundo. Y todo... sin que nos demos la más mínima cuenta.
Por ejemplo, Miguel me hizo reparar en cómo son de diferentes las percepciones del mundo para los españoles y los daneses a partir de los conceptos tan diferentes del tiempo que están contenidos en nuestras respectivas lenguas.
En danés, existen básicamente tres tiempos verbales: pasado, presente, futuro. El tiempo transcurre de una forma ordenada, consecutiva, cerrada. Es un tiempo fijo, lineal, sin resquicios, compuesto de puntos sucesivos, que jamás se encontrarían entre sí. En el tiempo danés hay un escenario donde las cosas se suceden por separado y una detrás de la otra. El tiempo danés es una cuerda floja por la que uno camina, pasito a pasito y, aunque se puede mirar hacia atrás, no se puede volver, como cuando uno cruza la puerta hacia la sala de equipajes en los aeropuertos.
En español hay tantos tiempos que parece que sean escenarios en los que se superponen las historias, que unas se chocan con otras, se dan los buenos días y siguen a los suyo, o no. La cantidad de tiempos, abiertos y cerrados proporcionan una idea del tiempo mucho más plástica y también difusa; en palabras de Miguel: circuncidante. Nos rodea, nos envuelve. No es lineal ni mucho menos, pero tampoco es circular, como en algunas culturas de indoamericanas, por ejemplo.
Estas distintas ideas de tiempo nos proporcionan imágenes muy diferentes de la realidad, de lo que es, cómo es e incluso, cómo debe ser.
Recojo de nuevo el ejemplo de Miguel de los conceptos de llegar tarde. En un cultura donde el tiempo es preciso, lineal (en el sentido también de una sucesión de puntos fijos, definidos) se entiende de una manera diferente de una cultura donde el tiempo es difuso y potencialmente inconcluso. Y con esto no quiero decir que en España no se pueda entender y valorar y practicar llegar a las 17:00 cuando se ha acordado llegar a las 17:00. Pero la adherencia a este ajustado horario no es necesariamente practicado ni valorado de forma general. Hay otros ejemplos que quizá lo ilustren mejor: es raro, por ejemplo (o muy raro) que en España, cuando se mandan invitaciones para una fiesta informal, se fije una hora de finalización de la fiesta. La fiesta se acabará... cuando se acabe. Estos conceptos de tiempo influyen, por ejemplo, en el grado de improvisación español y el grado de planificación danés. Invitaciones para tomar un café con un par de meses de antelación, porque la realidad es una sucesión de acontecimientos ordenados y conclusos.
Por supuesto, existen otras cuestiones más allá de la lingüística que tienen peso en este ordenamiento de la vida social: por ejemplo, la importancia del consenso, de las decisiones colectivas y de las normas, la normatividad. Y todas estas, están embebidas en las culturas.
Todo sin que nos demos cuenta, hasta que un día, alguien nos despierta.