Hace poco leí que una mujer española que fingía ser ciega para no tener que saludar tanto, decía.
Esta noticia me trajo a la cabeza un relato noruego: Alguien que te ve, de Lars Saabye Christensen. Y después me hizo pensar en la ausencia de obligación salutaria en el contexto danés.
Tema 1: La distancia interhumana y la obligación social son más intensas en culturas mediterráneas que en algunas más septentrionales.
¿Quién no recuerda aquellos besos odiosos de ancianas desconocidas que nos obligaban a aceptar en nuestra infancia? Di hola, dale un beso a la señora, ¿es que no vas a decir nada? y otro sinfín de enseñanzas sobre el buen comportamiento social, donde buen comportamiento social quiere decir obligatoriedad del contacto, de aceptar y ofrecer acercamiento social.
Por contra, en escenarios nórdicos he visto más bien cómo se acepta (o incluso premia) el retraimiento: los bebés no van de brazo en brazo, los niños que no quieren saludar o se esconden tras las piernas pa-maternas no son sancionados.
En esta página, una de las gurús danesas de la psicología infantil, habla de lo que hay que enseñar a los niños a ser educado: no hay que forzar a ningún niño menor de 10-12 años a dar un apretón de manos, dice, por ejemplo. Claro que lo que está explicando no es una verdad absoluta, sino un manual de instrucciones de cómo comportarse de forma aceptable en un (cierto) contexto danés. De abrazos y besos ni hablamos: solo si el propio niño toma la iniciativa, pues, explica, el beso tiene un significado distinto en la cultura danesa que en la mediterránea: y de eso se trata, pero a eso vuelvo en el tema 2.
Contaba Nuria que su novio noruego se negaba a saludar al entrar en las tiendas, le producía incomodidad. Y es que el saludo es una forma de reconocer al otro. Es un acercamiento social, que incluso puede ser interpretado como una intrusión.
Por supuesto, de lo que hablo no es una apreciación de valor, no digo que una cosa sea mejor que otra, es una mera constatación de cuánto difiere el concepto de las relaciones sociales de un lugar a otro.
La señora de la noticia hubiese sido feliz en Dinamarca, donde hacerse el sueco es lo más normal del mundo. Y no sólo los daneses lo practican.
Tema 2: ¿Hacerse el sueco?
Amigos suecos, si es que a estas alturas aún seguís leyendo: esto no es lo que parece.
Recuerdo que hace ya unos decenios, cuando inicié mi acercamiento a Escandinavia, leí un libro repleto de topicazos sobre lo sueco. No recuerdo, por desgracia, el nombre del autor (solo que era sueco) ni del libro (solo que databa de los años 50-60). Pero recuerdo que me llamó mucho la atención que advirtieran al intrépido visitante de no hablar directamente a la gente, porque aquello era considerado una enorme falta de educación. Creo recordar que, para ilustrar la instrucción, ponían como ejemplo cómo preguntar la hora en una parada de autobús: nada de dirigirse a alguien directamente (grave ofensa, fy fy); lo correcto, decían, era formular la pregunta en voz alta: ¿habrá alguien que sepa qué hora es?
A mí me pareció hilarante y creí entonces comprender lo que significaba la expresión hacerse el sueco. Con el tiempo he aprendido que aquello no era más que un estereotipo del que huir lo más rápido posible:
En primer lugar, lo que guía el comportamiento de las personas no es su pasaporte, sino las reglas del juego del contexto en el que se encuentren. Y digo guíen, porque no todo el mundo acepta las mismas reglas. Y digo contexto porque es evidente que dentro de un mismo país o de una misma cultura, hay sub-contextos, como el entorno social, la edad o el escenario en que se producen, por ejemplo.
Por otra parte, es evidente que lo que hemos aprendido como acertado tiene un gran peso en nuestra forma de actuar, pero no es determinante, los humanos tenemos una pasmosa plasticidad. Algunos, al menos.
En segundo lugar, esto de hacerse el sueco es algo que se practica en todo el planeta, como muestra la noticia de la falsa invidente. Eso mismo estoy haciendo yo ahora mismo.