En uno de mis recientes viajes a Madrid, en el avión del vuelta, se sentó a mi lado una mujer; pensé que serÃa danesa. Por una vez, nadie ocupaba el asiento entre nosotras. No recuerdo qué le dije ni qué me contestó. Y de pronto me di cuenta de que era Eva, mi primera profesora de danés. No la habÃa visto desde el año 2000.
Yo empecé a estudiar danés en la Escuela Oficial de Idiomas por un azar concienzudamente elegido. En las primeras clases, en un octubre lluvioso, Eva nos contó que aquello era un tÃpico dÃa de verano danés. Y yo pensé: —yo jamás podrÃa vivir allÃ.
A lo que siguió, no sé si en aquella misma clase o una posterior, la afirmación de que en Dinamarca no hay montañas. La más alta, de 172 vertiginosos metros del altura, se llama Montaña del Cielo. —¡UF! Ni de broma vivirÃa yo all×volvà a pensar.
Estos dos pensamientos se me vienen muy a menudo a la cabeza. Eva me estaba contando mi futuro, me estaba advirtiendo de lo mucho que echarÃa de menos el verano y las montañas y yo no supe escuchar al Oráculo, a Sibila. Y encontrármela en el avión fue una ocasión excelente para compartir experiencias y contarle lo mucho que recuerdo sus sabias palabras.
Algunas veces me gustarÃa disponer de una máquina del tiempo para personarme en mi pasado y, con los brazos en jarras, avisarme de unas cuantas cositas—no solo con respecto a mudarme a Dinamarca. Y quizá sea esto lo que me mueve a escribir este blog: acaso lo hago para convertirme un poco en la Sibila a la que, quién sabe, otras Bertas ignorarán. Por suerte.