Las mariposas Monarca realizan todas las primaveras una proeza singular: inician su ruta migratoria desde México hasta Canadá y de vuelta a México.
Dado que su vida es muy corta, este proceso migratorio, sin el que la especie no podría sobrevivir, se efectúa en una carrera de relevos en cuatro generaciones: Es decir, las tatarabuelas, que nunca estuvieron en Canadá, inician el viaje hacia el norte; mueren y sus hijas continúan otro camino ignoto, sus nietas hacen lo propio y las bisnietas, las de la llamada generación Matusalén, dotadas de una longevidad mucho mayor que la de cualquiera de sus predecesoras de viaje, vuelan desde Canadá hasta México.
Lo escuché en un programa de radio sobre migraciones animales.
Decían: el ciclo migratorio de las criaturas, sea de mariposas, aves o cualquier otro bicho, nunca está exento de grandísimos peligros. Las aves, por ejemplo, emprenden larguísimas travesías de miles de kilómetros. El gaviotín ártico ostenta el récord de 96,000 kilómetros en un año, lo que, dada su longevidad, significa que los vuelos realizados a lo largo de su vida equivalen a ir y venir de la Luna 3 veces.
Todo esto con un modesto peso de apenas 100 gramos.
El periodista le preguntó a la científica: ¿cómo son capaces de sobrevivir sin comer durante tantos días? Y ella respondía: — No lo hacen, o por lo menos, no siempre: muchas aves mueren por el camino. Pero se puede decir que emprenden un viaje potencialmente letal para huir de una muerte segura. Y pensé que si me hubiera incorporado al programa en ese momento, hubiera creído que hablaban de seres humanos.