Un desafortunado bolardo en El Rastro fue a dar con mi tibia derecha: traumatismo accidental.
El temor a un astillamiento de mi preciado hueso me llevó a urgencias del Gregorio Marañón, gracias a la inestimable ayuda de mis dos mejores amigos.
No pude evitar observar algunas diferencias con las experiencias en los centros daneses equivalentes.
El protocolo de atención podría ser similar, aun cuando he vivido algún obviado de una radiografía que, con seguridad, no hubiese sido escatimada en el otro lugar.
Ese pulcrísimo orden en el procedimiento contrastaba en el hospital madrileño con un caos ambiental notorio para quien reside en el país del infradecibelio: a pesar del empeño institucional de darle una estructura ordenada a la emergencia hospitalaria, salas y sillas parecían amontonar el dolor transitorio en el ruido ambiental: las conversaciones llenaban como una marea las instalaciones. Algo inaudito en las salas danesas. Aunque, digamos, el amontonamiento de los pacientes en alguna sala era igualmente caótico, pero de película muda.
El guardia jurado velaba (también) por el bienestar de los dolientes:
—Los familiares no pueden ocupar asiento, que no hay muchos. Y luego aclaró: —Bueno, ahora que no hay gente, pueden sentarse, pero si vienen más enfermos, dejen los asientos libres para ellos. En las urgencias danesas solo algún acompañante espontáneo cedía su asiento a un enfermo.
Esto es como en las tiendas en las que los dependientes recuerdan a sus clientes que no deben saltarse la cola: — ¿Quién es el siguiente? o cuando abren una caja: —Pasen por orden—dicen. Algo inaudito también en una cola del supermercado danés, donde cuando se abre una caja, se afilan los codos y se tiene una experiencia bíblica por aquello del vivir lo de Los últimos serán los primeros.
Sobre esto, pensé en varias cosas:
Una: no me imagino un guardia jurado en un hospital danés. Aunque desconozco si los médicos reciben amenazas, creo que sería algo muy excepcional. La confianza sistémica danesa es infinita. Casi diría que es la confianza, en general, es la máxima cultural danesa, mientras que nuestra cultura está basada en la perpetua sospecha.
Y no, no le sobran a unos los motivos, pero a los otros tampoco: ni para confiar ni para desconfiar.
Dos: A pesar de todo, tenemos una tendencia inusual a la cortesía con los extraños. Eso de pensar en los demás no es algo universal.
Tres: La presencia de la autoridad impersonada en forma de guardia jurado o dependiente de una tienda, a la que se le hace caso porque es la autoridad, tampoco es una figura universal.
Mi tibia bien, gracias, con un morado del tamaño de una naranja que se quedó en amago gracias a la inestimable ayuda del hielo y el ibuprofeno inmediatos. Y de mis amigos queridos y de esos médicos impecables; un tesoro.