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Diario del futuro




El diario de Anne Frank debería ser lectura obligada. No solo en el colegio. Repetidas veces a lo largo de nuestra vida, porque parece que si no nos obligan, nuestra memoria nos juega malas pasadas y se nos olvidan las cosas. Cosas importantes.

No he querido esperar a terminar las pocas páginas que me quedan de la lectura, porque me ha parecido urgente escribir este post: la noticia de que un candidato de los socialdemócratas suecos publicó en su página de facebook una foto de Anne Frank con una camiseta photoshopeada que dice: La más guay de los judíos en la ducha, me ha hecho pensar que seguimos pensando que las cosas son juegos y que no hay que darle importancia a pequeñeces, como que hubo una gente que gaseó a otra. Creo que si alguien es capaz de hacer chistes sobre Anne Frank es porque no sabe realmente lo que tuvo que pasar la célebre niña, lo que significó el Holocausto; o eso, o realmente le falta alguna que otra funcionalidad neurológica y le parece muy gracioso que metieran a personas en cámaras de gas y las mataran como a ratas.

Otros acontecimientos, como las mareas xenófobas en Chemnitz o los muy numerosos países por los que se ha propagado este veneno, no hacen más que mostrarnos que nos encontramos en un estadio de gravedad bastante más avanzado de lo que pensábamos.


Quizá la enseñanza más importante del diario de Anne Frank es cómo la sordidez se fue instalando en la realidad poquito a poquito, y no es que pareciera agradable en ningún momento, pero al principio todo aquello no era más que un fastidio:

Arranca sus escritos con una normalidad relativa y casi de forma anecdótica cuenta cómo les habían prohibido ir en tranvía, al cine, a los parques, estar en la calle después de las ocho de la tarde, etc. Las páginas reflejan el recrudecimiento progresivo de la situación; ella no podía imaginar que aquello no eran más que los prolegómenos del horror que le tocaría vivir.


Algunas de las cosas que se pueden leer en su diario son sospechosamente similares a ciertas medidas propuestas (e incluso en vías de aprobación en el parlamento) por Dansk Folkeparti (el partido nazionalista danés). Voy tomando notas, pero pondré solo uno de los ejemplos: la prohibición a los menores de edad de salir de casa después de las ocho de la tarde en los territorios marcados como ghettos. No me lo invento, es real. El parecido me produce escalofríos. Porque la progresión de barbarie ha sido muy semejante a la recogida en las páginas de ese diario y significa que hemos alcanzado el estadio en que ni se molestan en disimular la fuente de inspiración de sus maldades ni hasta dónde son capaces de llegar. Y uno pensaría que estamos en un pais democrático, donde se respetan las leyes y las convenciones internacionales ratificadas por el país, pero, para nuestra estupefacción, estas se quebrantan con un descaro descarnado: se celebran con pastel.


Pero de nada sirve que yo esquematice aquí lo que cuenta Anne Frank, porque mi relato no es más que una versión escuchimizada de lo que sufrieron aquellas personas y por eso encomiendo a leer su testimonio: de lo que se trata es de ponerle cara, con pelos y señales a lo que de verdad supuso el nazismo para las personas que tuvieron que sufrirlo; se trata de escuchar en el fondo de sus relatos el zumbido siniestro de la barbarie sobrevolando la cortísima vida de aquella niña. Estar marcados, como el ganado, con aquella estrella amarilla; escapar de su casa hacia su escondite con todas las prendas que se pudo poner para no despertar sospechas de su huída (alguien hubiera podido chivarse a los nazis al ver a un judío con una maleta); estar encerrados en aquella guarida sin poder hacer ruido por el constante sentimiento de amenaza; los racionamientos de comida, el pánico ante cualquier ruido fuera de lo normal, o el espanto medio incrédulo al oír los rumores de la existencia y uso de las cámaras de gas. Lo más triste es leer cómo habla de su futuro, de lo que hará cuando acabe la guerra. Ay. Se me parte el corazón en esos párrafos, porque sé cuál es el fin de la historia. O cuando sospecha que no habrá un después de la guerra. No sé qué es peor.


Lo tenemos ahí, delante de nuestras narices, esa bola de cristal que no es más que un espejo, pero seguimos pensando que son detallitos y seguimos aguardando la mayor de las distopías con una pasmosa pasividad, seguimos sin darle potestad ni fuerza a los guardianes de la paz, seguimos pensando que todo el mundo tiene derecho a pensar lo que quiera, incluso que hay que eliminar a colectivos enteros; que la democracia es que se voten las cosas, y que si lo ha votado una porción de la población, la tortura, la denigración o la discriminación de colectivos es algo democrático. O que es todo un chiste y que no hay que ser exagerados.


Seguimos pensando en lo que haremos cuando ... Igual que Anna Frank. Ay. Como si no tuviéramos delante una bola de cristal, como si no supiéramos cuál es el fin de la historia.






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