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Conducir...se


Hace unos cuantos años, movida por el dolor insuperado de la más que prematura desaparición de nuestra adorada Marta e inspirada por el derrocamiento del mito: allá en el Norte conducen de maravilla, me propuse poner en marcha una investigación sobre la influencia de la cultura en nuestras formas de conducir, de la misma manera que afectan nuestro conducir-nos. Es obvio que se conduce de maneras distintas en unos y otros lugares de la tierra, pero ¿qué diferencias? ¿cómo podría identificarse la manera de conducir en las carreteras de la capital danesa y la española, por ejemplo? Además de las particularidades culturales, ¿hay elementos comunes en las sociedades tardomodernas? ¿cómo podría esto ayudar a reducir el número de incidentes viales?


Observé que ninguno de los dos contextos que conocía más a fondo, Madrid y Copenhague, estaba libre de tropelías intencionadas o no, y que estas eran fácilmente identificables en uno y otro lugar.

Más tarde leí cómo Whorf, siendo agente de seguros, observó que no solo el lenguaje, más lejos aún, el idioma, mapeaba nuestra manera de entender cómo es el mundo y así, nuestra forma de actuar en él. El caso que inspiró a uno de los fundadores de la etnolingüística fue la cantidad de gente que fumaba en las proximidades de contenedores vacíos de gasolina- pero no de gases explosivos y provocaban tremendos accidentes. Y esto me hizo pensar que no solo el lenguaje, pero nuestra(s) cultura(s) y sus hábitos nos sumergen en errores cognitivos tanto de usuarios como de reguladores. Por desgracia no logramos reunir los fondos para llevar a cabo la investigación que se quedó en proyecto piloto en mi barrio, otro microproyecto sobre los usos del carnet de conducir en Dinamarca, y muchas, muchas lecturas sobre seguridad vial y otras cuestiones en las que se enmarca esta que han quedado en mi haber.


Mi punto de partida es que la tecnología/infraestructura es fundamental, pero no el único elemento de una tarea harto compleja y que, a menudo, se olvidan las paradojas propias de la seguridad vial (mayor apariencia de seguridad conduce a mayor imprudencia), y se olvida el contexto en el que se usan, se olvida que la máquina más importante de la ecuación es el ser humano que la usa y que es imposible, como dijera ya el viejo de Séneca, controlar todas las circunstancias del mundo. Hasta no hace mucho, se trataba esto solo desde un punto de vista psicológico, centrado meramente en el individuo como tal, mi tesis es que es necesario poner a ese individuo en su marco social y cultural. Y construir, legislar, educar y conducir atendiendo también a estos marcos. .


El primer marco al que podría mirarse sería el social, pienso: en nuestro caso, las cuestiones comunes a las sociedades tardomodernas, donde el tiempo, o más bien, la optimización del tiempo es un valor supremo, y por tanto, utilizar el menor tiempo posible en realizar una tarea (en este caso: desplazarse del punto A al punto B) sería óptimo, porque nos dejaría tiempo para hacer las otras 974895794857 cosas que tenemos que hacer, presionados por ese afán de megaloactividad. Hay un programa en la televisión danesa dedicado a las felonías viales. Y me hace gracia que, cada vez que los policías paran a alguien que está sobrepasando el límite de velocidad, le dicen: la próxima vez sal antes de casa. Como si eso solucionara algo. Lo que tendría que decirle es: la próxima vez, saca algo de tu lista de cosas por hacer.

Por supuesto, hay otras cuantos elementos más en este marco, como la ilusión de control de las circunstancias y la obsesión por el riesgo, o la individualización cada vez más acusada que tiene varias implicaciones, en cuanto a la aceptación de la autoridad, ¿quién le iba a decir al ebrio Aznar que era un posmoderno con su chulesco: a bí nadie be dice guántas gobas be domo; la competitividad exagerada, mostrada por ejemplo en esos adelantamientos arriesgados para luego ponerse a la misma velocidad que el adelantado, pero eso sí, en primer lugar. La elección del vehículo como seña de identidad, desde las bicis retro hasta la gama de posibles coches o la matriculación de texto libre o la elección del transporte público... etc etc.


A este primer marco se le podría añadir el contexto cultural, ojo que no digo la nacionalidad o el lugar de origen, porque volviendo al antiestereotipo, nos solemos comportar como es comúnmente aceptado allí donde estemos, seamos de donde seamos. Por eso no digo: los daneses conducen así o asá sino, ni siquiera: en Copenhague se conduce así o asá. El círculo puede estrecharse incluso más: quien conduce en Madrid sabe que en la A-6 las costumbres viales son muy diferentes de las de la A-2, por ejemplo.


¿Qué lleva a estas diferencias? por ejemplo, condicionantes geográficos: la planicie danesa ha propiciado un uso mucho más extendido de la bicicleta como medio de transporte desde mucho tiempo atrás, como puede verse en este clip de 1916 o en este de 1921 o en este de 1934. La importancia de las bicis en el tráfico danés ha llevado a costumbres como la de girar físicamente la cabeza cuando se adelanta, un gesto aprendido en las autoescuelas para burlar los ángulos de visibilidad muerta. Pero este gesto se conserva también en las autovías, donde no hay tráfico de bicicletas y donde el gesto de girar la cabeza se convierte en error potencialmente fatal, porque roba unos segundos la visibilidad frontal, que es crucial.

El uso de las bicis como medio de transporte en una sociedad democrática, ha elevado kilómetros y kilómetros de carriles bici, separados del tráfico rodado. El objetivo no es solo salvar al deambulador más débil (en el binomio bici-vehículo de motor) sino también permitir a ciudadanos de cualquier edad utilizar este transporte, ya que sin ellos, solo las personas aventajadas físicamente podrían ir en bici, y quedarían excluidos niños y mayores.


Otros ejemplos de influencia cultural pueden verse en la cantidad de señalizaciones que se usan en España, donde en todo momento está bastante claro lo que hay que hacer, por contra, en Dinamarca no es solo que no se ponga señalización, sino que la ley prohíbe el uso de señalización allí donde está permitido lo estándar. Las poblaciones solo marcan a su entrada el límite de 50 km/h -- y lo hacen con un símbolo de casitas. Si no sabes que eso significa que desde ese momento tienes un límite de velocidad, o no lo has visto porque no es especialmente llamativo, problema tuyo y de quien se encuentre contigo en la carretera.


En España se parte de la base de que hay que recibir instrucciones claras y concisas en todo momento: la necesidad de obedecer a la autoridad está muy presente. Mientras en Dinamarca se parte de la idea de que uno ya es mayorcito y se sabe el código de circulación. Y tengo que decir que ni lo uno ni lo otro me parecen óptimas alternativas.

En el área de Copenhague es muy común conducir al estilo esmiderecho, y aunque casi todo el mundo reconozca saltarse las reglas, siempre se acude a estas cuando van a la conveniencia de uno. Quizá parte de esta adherencia a las reglas por encima de todo está también en la rotunda negativa de la policía a colocar carteles de limitación de velocidad allí donde no está tan claro que es zona urbana: aunque sea poco práctico porque, en realidad la ausencia de señalización se presta a genuinas confusiones, como la regla dice que no se puede señalizar donde no hay cambio de la regla por defecto, pues no se hace.

La regla tácita del uno-uno es desconocida por estos lares: si las reglas dicen que no te toca incorporarte, no lo harás hasta que no te toque, a menos que sea tu día de suerte y des con el generoso que te deja pasar aunque le piten los 50 que lleva detrás. Me contaba Laura que en Dublín se paran para dejar pasar aunque colapsen la ciudad. Y nadie protesta.

En el área de Madrid es más común conducir con un sentido colectivista (uno se suele apartar en las incorporaciones a las autovías, por ejemplo con más frecuencia que en el área de Copenhague), o la regla uno-uno se sigue con más frecuencia; a cambio se ve con mucha más normalidad saltarse las líneas continuas. Podría continuar hasta el infinito.


Yo estoy convencida de que si quien inventa/construye/regula/circula, además de diseñar, regular o usar las medidas de seguridad que ofrecen la infraestructura/tecnología, tuviese en cuenta las trampas cognitivas propias del individuo, del marco social y de la particularidad cultural, el mundo estaría más libre de un pedacito de horror. Porque cuando conducimos, es tan real la cultura que portamos con nosotros como la garrafa que lleva ese seat seiscientos.



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