En cierta ocasión leí un artículo que postulaba que las fronteras naturales constituyen una forma de violencia estructural, y reconozco que mi primera reacción fue pensar: ¡anda ya! aunque, por supuesto, continué la lectura con intriga.
Las fronteras, claro, no son accidentes naturales, sino inventados por quienes negociaron esos aquínoentranadiequenoseadelosnuestros que son los bordes nacionales. Pero aprovechan o pueden aprovechar, lugares de difícil atravesamiento logístico: cruzarlos te puede costar la vida.
Las fronteras políticas son muros de contención de poder, son invenciones humanas para reservar los privilegios de algunos lugares a algunas personas; la tesis del artículo es que se cierran los accesos relativamente fáciles y se dejan abiertos los letales, a sabiendas de que eso, en realidad, no acabará con los intentos de entrar en territorio soñado, que no logrará sino acabar con las muchas almas que se dejan el cuerpo en la tierra en el intento por alcanzar, en algunos casos, la supervivencia.
Yo, personalmente no estoy muy segura de que realmente fuese tan catastrófico abrir fronteras, porque al fin y al cabo, dejar atrás el país de uno no es tarea indolora, y quien no tiene más remedio que hacerlo, lo hace de cualquier manera, como muestra el constante macabro flujo de cadáveres que albergan las aguas del Mediterráneo o las grietas del desierto del Valle del Imperial, por ejemplo.
Al argumento de que esas personas saben a lo que se exponen, debería seguirse de la conclusión: hasta ahí llega su desesperación.
Por otra parte, como digo, sobran las evidencias de que cerrar pasos, construir muros, alambradas, o cualquier otra suerte de trampa mortal, no evita en absoluto el flujo migratorio, se limita a clandestinizarlo, a regalarles sabrosas tajadas tanto a quienes se encargan de la travesía como a quienes aprovechan los beneficios de una mano de obra sin derechos ni voz para protestarlos.
Por si estas siniestras fronteras fuesen poco, se construyen o subcontratan lugares de contención del flujo migratorio, allí donde no se andan con disimulos sobre lo que les importan los Derechos Humanos, como Turquía o Libia.
A Europa parecen importarle un bledo: ¿por qué si no, subcontrata los sevicios de Turquía para hacerle el trabajo sucio, o mira para otro lado cuando países como Hungría se salta todas las convenciones?
O ¿por qué siquiera condena a las personas que fueron a intentar suavizar el carácter letal del Mediterráneo y salvar las vidas de quienes huían de una muerte segura? Se dirá: bueno, los bomberos andaluces fueron absueltos y en los mismos días, un voluntario danés, también. Esto, que parecía una gran noticia, lo es solo a medias o a tercios, por más que alegre por los héroes que se salvaron de pasar ni un día a la sombra; pero no me alegro porque tuvieron que vérselas con un tribunal de justicia, cuando en realidad merecían haberse enfrentado a un tribunal que concediera medallas honoríficas.
Como dijo Marie: se trataba de lavar la cara, de hacer ver que la humanidad es aún un valor en nuestro continente; la realidad es que, con la mera imputación, impensable hace apenas un puñado de años, se trataba de disuadir a quienes tengan la tentación de creer que aquí importan los derechos humanos y así poder continuar sin estorbos con la masacre estructural de nuestras violentas fronteras.
Algún día nos lamentaremos de habernos dejado robar aquello tan importante, que tanta sangre y tanto sufrimiento costó establecer como un pilar sagrado de nuestro ser como especie: Los Derechos Humanos.