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What goes without saying


El manual de instrucciones del buen hacer se incorpora a nuestro saber en un largo y a menudo inconsciente proceso. No siempre exento de crítica, eso es verdad, porque nos rebelamos contra algunos de los preceptos, pero terminamos por aceptar una gran parte de las instrucciones que hemos aprendido y hasta por olvidar que había que aprenderlas: casi nos creemos que vienen de fábrica, como las etiquetas de la ropa (que casi nadie mira, porque ya nos lo sabemos todo).


El rango del buen hacer es ancho: comprende desde los comportamientos más banales, como dónde poner el cuchillo y el tenedor en la mesa, hasta cuestiones fundamentales, como los principios éticos que deben regir nuestras acciones.

Las aprendemos a fuerza de recibir reprimendas ¡No se come con la boca abierta! , ¡Déjale el juguete al niño!


Pero también de oír críticas, es decir, sanciones sociales, a ciertos comportamientos; se aprende igual o más escuchando los ¡hala qué fuerte! que las reprimendas de tus padres: Fíjate la Manoli, que lleva calcetines con sandalias o Pedro siempre se escaquea a la hora de pagar



Pero ¡ay! un día te compras una blusa de seda y sale de la lavadora convertida en una servilleta... o te vas a vivir a otro país y ya no llevas incorporado ese manual de instrucciones; te has perdido todos esos años de reprimendas y de ¡hala qué fuerte!, y el what goes without saying es todo menos without saying, porque no tú no estabas ahí para oír a todos criticar a Manoli porque llevaba un vestido negro en una boda (lo de las sandalias con calcetines no es grave en este lado de la frontera, por otra parte), o porque no sorbía la sopa (qué desconsiderada).

Y algún día incorporas esas nuevas instrucciones y te olvidas, de nuevo, de que las reaprendiste, las incorporas al manual de lo que se sobreentiende. Eso sí: ahora ya sabes que what goes without saying, en realidad, goes with a lot of saying. Y que no es, ni mucho menos, incontestable.





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