Al largo libro de aprendizajes del recién migrado, hay que añadir el arte de incorporar u observar la manera en la que se ordenan los comportamientos. Los guiones: lo que se supone que ocurre en una determinada situación, y en su orden, porque las cosas tienen su orden. A menudo no nos damos cuenta de que en nuestra cultura también hay protocolos o guiones que seguir, y quien no lo respeta es tachado, como mínimo, de excéntrico. También es verdad que, en algunas culturas, las normativización es más acentuada que en otras, de forma que los protocolos o los guiones pueden parecer o son más rígidos.
Pondré un ejemplo de guion propio: en Madrid, cuando entramos en un bar a desayunar, por lo general, suele ocurrir lo siguiente:
1. Preguntamos en la barra lo que hay para desayunar
2. Pedimos lo que vamos a consumir
3. Buscamos una mesa y nos sentamos
4. Vamos a buscar la bebida (café, té, infusión, lo que sea) y la comida (tostadas, croissants, churros, o lo que sea) a medida que el camarero lo deposita en la misma barra
5. En ocasiones, llevamos tazas, platos y cubiertos de vuelta a la barra.
6. Pagamos en la barra.
7. Nos devuelven el cambio. Y quizá dejamos propina.
8. Nos despedimos y damos las gracias
9. La posible propina no se mueve del plato hasta que nos hemos ido.
Si cambiamos el desayuno por una comida, la elección de los pasos a seguir será diferente, y habrá que conocer el contexto, porque no ocurre lo mismo en todos los tipos de restaurante: los hay más tradicionales, más modernos, más americanizados. Y los conocedores del lugar saben leer las señales de en qué tipo de local estamos y qué se espera de nosotros y qué podemos esperar nosotros del comportamiento de los empleados del lugar, qué pasos tenemos que seguir (esperar a que nos sienten, o no, llevar nuestros desperdicios a la basura o no, etc) y del tipo de comida que vamos a recibir, con algún grado de variación, esto es evidente.
Uno de mis primeros grandes choques culturales fue, casi recién llagada, acudir a la fiesta que celebró un amigo de unos treinta años. Las fases del guion, fueron aproximadamente así: Primero, saludar a los anfitriones, darles el vino y las flores que llevamos, quitarse los zapatos en la entrada. Música tranquila y apenas audible de fondo, un cóctel ligero de bienvenida (en un lugar diferente de aquél en el que transcurriría la cena). Presentación de los nombres de las personas desconocidas. Después nos sentamos a la mesa, donde los sitios de las diez personas asistentes a la fiesta estaban asignados (separando parejas). Tuve la suerte de recibir un contertulio con gran interés por lo exótico de nuestro país: sus preguntas sobre la existencia y el uso del bidet en los baños españoles amenizaron la cena, que consistió en: aperitivo, y plato siguiente. Postre. Y café acompañado de golosinas varias. Después de haber bebido el café, y quizá algún licor, los invitados abandonamos la fiesta en masa. Yo no sabía que estaba aprendiendo el transcurrir de lo acontecimientos de la gran mayoría de las reuniones a las que asistiría en Dinamarca desde entonces.
Creo importante señalar de nuevo que los guiones no son solo cosa de los otros, porque todas las culturas los aplican, como he mencionado con el ejemplo del restaurante o bar en Madrid. Pero igualmente podría aplicarse, con grados de variabilidad, a todas las culturas.
El aprendizaje del protocolo o del guion puede no ser más que una adquisición de supervivencia y relativa superficialidad, pero en ocasiones, guarda en sus bolsillos enseñanzas de gran valor, puesto que a tal protocolo pueden estar asociados valores fundamentales y pueden, por tanto, suponer una oportunidad excelente para examinar la cultura en la que se producen.
Cada persona, cada contexto social, pueden contener un mundo de diferentes guiones para la misma situación, pero lo cierto es que son relativamente repetitivos.
Y, sin embargo, son una forma bastante eficaz de economizar energías: por una parte reducen el esfuerzo de reinventar situaciones, y por otra producen el confort de la anticipación, o del cumplimiento de las expectativas y así, apaciguan la ansiedad ante lo desconocido.
Entre los tipos de guiones o lo que podríamos denominar guion, podrían incluirse eventos tan dispares como una boda, unas elecciones, una reunión de trabajo, lo que ocurre en una cola del supermercado o en una cena de Navidad o incluso en un campeonato de ajedrez.
Cuando tienen un cierto peso, estos rituales acaudalan un grandísimo peso simbólico nada desdeñable. Podría parecer que carecen de significado verdadero, de sentimiento o espontaneidad, o que reducen a la humanidad a un sinnúmero de marionetas representando una y otra vez la misma obra. Y en parte esto es así. Tampoco niego que el mercantilismo aproveche los rituales para disfrazar de emoción algo que, en realidad no es más que amor al oro. Y no niego que haya frases gastadas como tela vieja. Pero reconfirmar reconocimiento del otro, aun siendo rutinario, repetido, gastado, es importante.
Los guiones pueden constituir engranajes fundamentales de funcionamiento emocional e institucional de una sociedad. ¿Qué sería de un mundo huérfano de Buenos días? Aunque, como con Vittorio de Sica, volemos hacia un reino donde Buenos días quiera decir realmente Buenos días.