En todo núcleo afectivo, familia, cualquiera que sea su modelo o extensión e incluso duración, se da un cierto grado de negociación.
En los núcleos familiares, la negociación se vuelve especialmente acuciante cuando aparece la descendencia. Y no me refiero solo a negociar responsabilidades, obligaciones, reparticiones de tareas y libertades de cada integrante, sino también a la toma de decisiones sobre la ejecución del cuidado de la criatura. Esto es complicado en cualquier circunstancia, porque cada uno tenemos una idea de cómo es mejor hacer las cosas, y no siempre coincide con la de los demás miembros de la familia. Pero cuando no se comparte un mismo cuerpo geográfico-cultural, el cariz de complejidad se eleva unos cuantos niveles. La cantidad de cosas a negociar se multiplica astronómicamente hasta el punto de que esto puede acabar en desastre.
Recientemente he leído un libro sobre el amor a distancia- en el que los integrantes del núcleo afectivo o bien proceden de distintas culturas o de la misma, pero han desplazado su lugar de residencia a un segundo o tercer país. En este libro se hace hincapié en la individualidad de las relaciones, en cómo poner el acento en la diversidad de la procedencia es un error. Puedo estar relativamente de acuerdo: y sin embargo, los autores no olvidan, pero pasan de puntillas por los reales retos del amor multicultural, a mi juicio, y se queda en la superficialidad perogrullesca de que todos somos humanos. Eso es cierto, claro. Pero es evidente que los autores no han sufrido en sus corazones las maravilloespeluznantes peculiaridades del amor a distancia sobre el que escriben.
Porque, efectivamente, somos todos personas y cada uno pensamos distinto, y hasta lo mismo. Pero la negociación de la familia multicultural alberga en sí un factor extra de complicación aunque solo sea por la cuestión geográfica, pero se hace supina, máxime, como digo, cuando metemos infantes en escena.
Nada duele más a familiares y amigos que la distancia de un niño: abuelos, tíos, amigos de migrantes, pelean por su parcela de abrazos: skype es una solución insuficiente. Muy insuficiente. Y entonces entra en juego la repartición del tiempo en los territorios, la reconsideración del lugar de residencia y quizá más trivialmente, el uso de las vacaciones.
Pero entonces viene la ristra de negociaciones, desde ahora crónicas: desde cómo se lleva un embarazo: pues en mi casa se hace esto, pues en la mía lo otro. ¿Te (o no) van a hacer la prueba de...? ¿Dónde tendrá lugar el parto, en qué condiciones? ¿qué lengua se va a hablar, quién la va a hablar? Ay, oh nuevos parientes, si os parece importante, no descuidéis este campo: si queréis que vuestra criatura pueda tener una relación con vuestro país: sin hablar la lengua no podrán relacionarse con vuestra cultura más que a través de vosotros, no podrán entablar relaciones directas con sus familiares de allí. Y es crucial hacerlo en los meses tempranos, porque además de las ventajas cognitivas del bilingüismo (por ejemplo, el pensamiento lógico/abstracto se desarrolla con mayor facilidad porque no está sujeto a las trampas de las lenguas), el aprendizaje tardío puede convertirse en una tortura que provoque rechazo en el aprendiz.
Además, en el horizonte planean posibles conflictos sobre cómo entendemos la enfermedad, algo especialmente peliagudo cuando se trata de la de un pequeñajo o una pequeñaja cuya vida te importa más que la tuya; la alimentación: qué se come y qué no, y cuándo. La educación. El propio significado de la infancia ¿es jugar, es obedecer, es estudiar? La forma de entender el parentesco ¿quién es familiar y qué atribuciones da esa condición? Y claro, esto no solo con respecto a los propios miembros de la familia, los que actúan como padres/madres sino por parte de la familia extensa: cómo entienden ellos sus derechos y deberes sobre la criatura: abuelos, tíos, primos y amigos.
Y esto se complica aún más cuando hay una ruptura o un asunto de estado y el padre o la madre se quedan prisioneros en un país en el que no quieren estar. Me río yo de Calipso.
Pero eso sí: es una oportunidad excelente, como en el amor multicultural, de cuestionar todas las presunciones y repensar todo lo que teníamos en el corazón como verdades inamovibles.