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Rebautizados


Bien es cierto que los renombramientos son una cuestión universal; yo misma tuve que soportar en mi infancia que me llamaran, no siempre con buena intención, toda clase de variaciones de mi nombre: Alberta, Roberta, Ruperta... y entre primos guardábamos una lista con las variaciones que hacían de nuestro apellido..

Pero es también es cierto que esas variaciones cobran una comicidad extraordinaria entre la comunidad migrada. Y no solo por la barrera fonética, que es ya motivo de risa. También, por supuesto, con lo que hacemos nosotros con los nombres extranjeros, como JaNes BoN, por ejemplo.

Así, huelga decir que esto es un fenómeno universal y que nosotros lo hacemos con nuestros propios nombres y con los de los demás.


En algunos casos, la cosa puede ser algo serio; por ejemplo, el hecho de que (a mucha honra) tengamos dos apellidos y que el primero sea el más importante es algo muy singular y que cortocircuita a instituciones (seguridad social, bibliotecas, bancos)... y a empresas. A una a amiga no le querían dejar volar desde Copenhague porque decían que el nombre que había en el billete no se correspondía con el del pasaporte. Usted es Lola García. Y el billete está emitido a nombre de Lola González García.

A otro amigo, el banco decidió emitirle una tarjeta con el nombre y apellido aproximado que mejor les pareció. Al nombre solo le faltaba una letra, pero lo del apellido era sangrante: Si se apellidaba Montalbán le dieron la tarjeta a nombre de González. Y es suya.


Paco es Parko, Pablo o Pago. Pepes convertidos en Hosays, Óscar en Osker. López en Lotter. Ocampo pasa a ser O´Campbell... Las Nurias se convierten en Nirias, Nokias o Nordeas. A Israel le llaman Isabel, Ismael o Ismaël. Eduardo, El Dorado para los daneses. No sé si la palma se la lleva la catedrática Cocacola (es decir, Covadonga). O quizá Jaime, que cuenta: En China mi novia de entonces escribía mi nombre con caracteres que significaban Mirada Bella. Sus amigos, en cambio, lo escribían con Gamba Seca.


Y luego está, claro, la gracia que les hace que les digas que te llamas Jesús o nombres de lugares, como a Sacramento, que cada vez que decía su nombre en USA, le preguntaban otra vez, como si ella hubiese entendido: ¿de dónde vienes? en lugar de ¿cómo te llamas?


O la cuestión de no saber de qué género es un nombre. Estimado señor Rocío Pérez. O dear Mrs. Zane Smith.


Las ventajas del migrante: que la vida está llena de estas pequeñas cosas de las que reírse de cuando en cuando.



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