I.
Hace unos días llevé a mi hija a una revisión otorrinológica rutinaria. Ha tenido problemas auditivos en el pasado y hay que controlar la capacidad de cuando en cuando. Para quien no esté familiarizado con este tipo de pruebas, el proceso es así: el paciente es introducido en una cámara insonorizada, se le ponen unos cascos a través de los que oirá sonidos ante los que tiene que reaccionar pulsando un botón. Esas reacciones son registradas en un ordenador que procesa y analiza la información, después transmitida por el especialista al paciente.
- ¿Qué tal ha ido la prueba, Paula?
- Bien- me dijo- lo he oído todo.
II.
Es lo que tiene la sordera: que no te das cuenta de lo que te pierdes, igual que la sordera intercultural; no es que malinterpretes lo que te dicen, es que ni siquiera te das cuenta de que te están gritando ¡que te ahogas!
No se puede uno dar cuenta de que no está entendiendo nada si no sabe que hay algo que entender, si no tiene el oído acostumbrado a esa frecuencia.
En cierta ocasión, comentamos con una amiga danesa que una de las cosas que nos parecerían difíciles al retornar, sería la mayor presión social que se da en España, donde, por ejemplo, no está generalmente aceptado rechazar una invitación porque uno está cansado o necesita estar solo.
Ella, la danesa, había vivido en España un tiempo largo (un año, creo recordar) y nunca había experimentado algo así. Cierto es que seguramente nadie le dijo nunca nada por aquella libertad del migrante: claro, como eres de allí... pero cierto es también, que a buen seguro más de un comentario de "qué raros son" habría oído, o se habrían vertido a sus espaldas. O incluso es bastante posible que ni viera ni oliera las señales de humo enviadas con el mensaje: eso es una ofensa.
III.
Me encanta la expresión: what goes without saying. porque, efectivamente, a partir de un cierto punto, goes without saying, pero anda que no se ha requetedicho durante tu infancia o incluso más de una vez en la etapa adulta. Lo peor es que, además, es que estos códigos secretos se asumen como leyes universales, naturales y que no hay que explicar, como uno no explica que hay que respirar.
Y mientras, quien no los ha aprendido, vive en la feliz ignorancia del que va por la calle sonriendo al mundo entero, sin saber que la palmera de chocolate que se comió le ha dejado un recuerdo entre los dientes.
IV.
Y ¿qué se puede hacer con esto? Aprender a leer (esos códigos) aun en la más terrible oscuridad, porque hay que encontrar los textos a tientas... preguntar, escuchar, contextualizar.