Si digo DINERO, casi seguro que no se te viene a la cabeza la imagen de los cauri (arriba), sino más bien esta imagen:
Es un buen ejercicio para repensar lo asumido: ni hay una única manera de resolver las cosas de la vida ni la nuestra tiene por qué ser la mejor.
Dineros ha habido muchos y muy distintos. El dinero no se limita al oro, las monedas o billetes o los números no inventables (sigh) de tu cuenta bancaria:
Los cerdos, por ejemplo, fueron usados en Papúa Nueva Guinea como moneda de cambio.
O los cauri, que fueron una moneda de curso legal durante mucho tiempo, circulaban desde las Maldivas hasta Europa, donde se subastaba entre los mercaderes que habrían de adquirir esclavos en África occidental con estas monedas.
Lo que me pareció más interesante del artículo El lastre de los esclavos: el circuito del cauri, de Paz Moreno Feliu, fue que mencionaba cómo, cuando se habla de dinero, la pregunta que surge es: ¿por qué el cauri? mientras que no se cuestiona el porqué del oro.
Ambas formas de dinero tienen sus inconvenientes: son igualmente absurdas: como se enteren los de Trappist 1 que en la Tierra matamos por un cacho e metal, no van a querer venir a visitarnos ni nos van a invitar a ningún candleligth supper; lo mismo, por supuesto, aplica al cauri. Y al mismo tiempo, claro, tiene muchísimo sentido y es fascinante que se haya construido el sistema simbólico más poderoso del planeta.
El cauri y el oro son buenos ejemplos porque ambos presentan ventajas e inconvenientes: uno es falsificable, el otro no; uno era muy difícil de transportar (el cauri) el otro no tanto; pero, a pesar de todo, lo arbitrario parece ser algo exclusivamente ajeno: sólo se cuestiona cuando es de los otros, porque se entiende que lo propio es lo natural, absoluto y verdadero. Menos mal que la fascinación por los otros nos llevó a entender que no es así.
En otro capítulo hablaré de cuando nosotros somos los otros- recogido en el hilarante relato Los Papalagi, de Tuavi de Tiavea, un samoano que escribió sobre los absurdos del hombre blanco. Que tampoco vamos a ser los únicos nosotros del planeta.