Se puede llorar de muchas maneras: a dos carrillos ante un jamón ibérico de bellota, por ejemplo.
O llorar como cuando te toca a tu el sabor agridulce de la despedida de quien se va.
Tu hermano, que se va taaaan lejos y por taaaanto tiempo: es su sueño y te alegras por él (también taaaanto): es tu héroe: admiras su proeza, posible sólo gracias a su férrea valentía: porque es la persona más valiente que conoces; nada se interpone entre su vida y sus sueños. Y por eso le admiras y le adoras.
En realidad, bien pensando, a la lejanía le bastan un puñado de kilómetros para doler- y total, otros 5413 kilómetros más tampoco harán una gran diferencia… pero en tu corazón la hacen, así que, apretando las pestañas, le dices: hasta luego: va a estar super bien, disfrútalo. Y sólo cuando no te puede ver y bajito para que no se oiga, lloras a mejilla suelta.