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Lost in nombreision

Decía Luis el otro día que esto de los nombres propios en el extranjero es un lío. Gracias, Luis, por la sugerencia, este post va por ti.

Siobhán: ¿es nombre de chico o de chica? La confusión es mayúscula tanto cuando te escribe Siobhán como cuando te hablan de Siobhán y llevas la conversación a tientas, con cuidado de no caerte en algún agujero verbal fruto de tu absoluta desorientación.

Los nombres en el extranjero tienen mucha miga: las chistosas coincidencias, las imposibilidades fonéticas, la información que contienen y el uso de los apellidos.

I. Chistosas coincidencias

- Que dicen los compas de embarque que llamemos a Aena, a ver si les convencemos: se niegan a dar aviso por megafonía de un pasajero que falta al embarque del vuelo 426.

- Claro, ahora mismo llamo:¿cómo se llama el pasajero?

- Mr. Pollas.

Pues llamamos. Y no le avisaron. Y no apareció.

Años después me topé con una chica en un club deportivo cercano que podría ser su hija: o sea, el apellido existe: no era nadie que se compraba los billetes para reírse cuando llamaran al pasajero disperso.

Sólo espero (por su propio bien) que no falte nunca a ningún embarque de un vuelo en España, porque si no llamaban a Míster, a Miss ya no te cuento.

(y esto es absolutamente verídico)

II. Imposibilidades fonéticas

Van en ambas direcciones: es tan difícil para nosotros pronunciar Jørgen como para ellos decir Jorge. Tengo la sospecha de que la costumbre de muchos orientales de ponerse un nombre occidental (Jonnhy Li, por ejemplo) procede de su certeza de que no entenderían cuando pronunciamos su nombre (chino, por ejemplo). A ver quién me dice cómo se pronuncia Siobhán.

También se puede tardar años en conectar historias de una misma persona, unas narradas de viva voz y otras escritas: años después, un día caes en que Nif, la de las historias habladas y Niamh, la de las historias escritas ¡son la misma persona!

¡Hasta hay un canal para oír la pronunciación de los nombres irlandeses!

O coger el teléfono en tu flamante empresa: y decir: aquí no hay ningún/a Joan. Y luego mantener tu cara de póker mientras, hablando con Jørgen, te das cuenta de que a lo mejor le llamaban para algo importante, pero como ni siquiera sabes quién llamó, sigues hablando como si nada.

Por no hablar de cuando en una tienda o institución te preguntan tu nombre: hace tiempo que pido directamente el bolígrafo, con una frase que sale ya gastada de mi boca: mejor te lo escribo.

III. Información: Los significados de los nombres

El nombre propio de una persona nos proporciona un cierto contexto, es, a su manera, una etiqueta de la persona. Quién no se ha leído el significado de su nombre. Quién no conoce a alguien que ha cambiado de opinión sobre el nombre de su recién nacido vástago al verle la cara: No parecía una Frida, así que tuvimos que buscarle otro nombre.

El nombre propio nos permite situar a esa persona: nos indica, para empezar, si es un chico o una chica; esto es de especial relevancia cuando no podemos ver a la persona en cuestión, cuando nos hablan de esa persona: me va fatal en mi relación con Sune y no sabemos si nos están tirando los tejos o contando los detalles de su relación homo o las dos cosas a la vez -o ninguna de ellas; o cuando tenemos que escribir una carta formal- ¿es Mr. o Ms.?

La cuestión se lía aún más cuando el mismo nombre, en un idioma es de chico y en otro de chica: Kim, Andrea...

Esta es la parte más gruesa de la información que nos da un nombre, pero las hay más sutiles: porque no es lo mismo llamarse BorjaMari que Eusebio o Javier. O Yónatan. Y de nuevo, el contexto del nombre tiene dos facetas: andar en la comodidad del conocimiento del terreno ( me puedo valer de mis prejuicios para andar sobre terreno seguro) y desconocer el terreno y no entender las connotaciones de los nombres extranjeros.

- Ah, es que ese es un Brian

- ¿Un Brian? Pregunté confusa

- Sí, ya sabes, un macarra

Lo bueno de no conocer el terreno es que te libras de los prejuicios, que vas fresco como un bebé... en realidad los prejuicios aplicados a personas son muy malos .

Otra cuestión es cuando hay que elegir el nombre de un bebé bicultural: no sólo en cuestión de compatibilidades fonéticas, sino de los significados y las exoticidades de los nombres en cada país.

IV. El uso de los apellidos

Nuestra manera de disponer los apellidos es bastante singular, tanto que sé de alguien a quien no le dejaron volar porque, decían, el nombre del billete, Juan García Gómez, no era el mismo que el nombre del pasaporte, Juan García Gómez. En Dinamarca, y otros lugares anglosajones, el segundo no es un apellido sino un nombre intermedio, así que lo que tenía que poner en el billete era Juan Gómez, o, para ser más exactos Juan G. Gómez. El primero no cuenta, así que los problemas se repiten al ir a la biblioteca, sacar el carnet de socio del museo, el abono transportes...

Sin olvidar la costumbre de perder tus apellidos (los dos) al casarte. O de que te timen y te digan: te dejas el tuyo como el primero y luego resulta que ese es el que no cuenta.

A mí me encanta esa costumbre nuestra de no perder los apellidos al casarse y de recibir los dos al nacer.

Este tema de los apellidos es más complicado, tiene que ver con el sistema de parentesco, apasionante rama de la antropología con la que os aburriré, pero hoy no... ¡mañana!

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