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Tortillas churro

Hace muchos años, mi amiga Marta (que se fue, trágicamente hace tanto tiempo) me contaba que cuando vivía en París, una tarde, al volver del trabajo, abrió el portal de su casa y le invadió el mejor de los perfumes: era casi como el olor que pintan en los dibujos animados: visible: así que siguió su rastro hasta el buzón de su apartamento: no había duda: allí estaba el sobre. Subió las escaleras lentamente, disfrutando de la víspera de su festín. Y al llegar a casa, abrió el sobre y lloró (por si nadie se ha inventado esta expresión, lo hago yo: lloró a dos carrillos) Su madre le había enviado un paquete de jamón ibérico de bellota.

Y hace un par de semanas, una cierta cadena de supermercados, en una inteligentísima operación de marketinj, lanzó la semana de la cocina española. Y se podían comprar delicias tan excitantes como guarreríacongeladasreunidas y otras aberraciones de similar calibre- otras no tanto. Miles de migrantes españoles del mundo entero salieron enloquecidos de sus casas, cuales niños a la salida del último de colegio, gritando fervorosamente en busca de tales manjares.

Churros congelados. Tortillas de corcho, digo de patatas (con múltiples guarrerías también)...

¡Pero si esos churros tenían un nivel de crujencia o cujrencia que no hubiera pasado ni el más benevolente de los exámenes!

Los hubo que se lanzaron a llenar sus neveras, pero también los hubo que se llevaron las manos a la cabeza: la comida es sagrada, y no se vulnera de esa manera.

Es lo que tiene ser migrante: la comida significa muchísimo y precisamente por eso, aunque sean sucedáneos inaceptables, se aceptan, porque no queda otra (ya quisiera yo saber hacer churros, pero de verdad, de los de crujencia impecable, harinosidad mínima, grasencia exacta)

... y al mismo tiempo, el significado sacro de una tortilla bien hecha. Yo, aunque me sumo en apoyo de la honorabilidad de una tortilla hecha en casa, una de patatas y no de corcho, entiendo a quienes o no saben hacerla (ya, ya lo sé, pero los hay que hasta eso lo tienen difícil) o simplemente no tienen tiempo, porque vivimos en la era del tiempo exprimío: no es que seamos vagos, todo lo contrario, nos hemos llenado de tareas, y hasta el ocio se ha convertido en un deber.

Y también hay algo de a ilusión (en sentido la mentira) de encontrar las cosas que podías comprar en casa en el supermercado de tu neopaís.

De todas formas pienso que es mejor comprar cosas de verdad en sitios donde venden Comida, con mayúsculas, donde venden las cosas buenas de la tierra o, por supuesto, hacerle tiempo y ganas a una tortilla de verdad. (Con cebollita, ¿eh? Como en este soberbio corto: Aquél Ritmillo)

La añoranza gastronómica perpetua del migrante. Ay.

También puedes leer el otro post sobre la comida aquí.

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