Si me pongo racional, lo que ocurre es que la probabilidad de que esto ocurra en Copenhague se reduce a un nosecuántos. Pero uno echa de menos con el corazón y no con la calculadora.
Así que cuando me ocurren esos azarosos reencuentros estando de visita en Madrid, los cazo con las dos manos y los guardo en la caja de los tesoros.
Porque entonces aquello de "a ver si nos vemos" o "tenemos que quedar" cobra otro significado: quedas, de verdad quedas cuando llegan las "vacaciones" (véase mi post sobre las vacaciones del migrante aquí)
Y entre tanto esperas que un día, al doblar la esquina, te encuentres con otra cara sonriente, de esas que hace siglos que no ves y a los que te gustaría ver.