El otro dÃa, viendo la pelÃcula I hired a contract killer, de Kaurismäki, me reà con una paradójicamente cómica escena de un fallido intento de suicidio. Y me acordé del fantástico a la par que negrÃsimo sentido del humor que tenÃan mis amigos y compañeros de trabajo, Antti y Anni, ambos finlandeses. El mismo tipo de sentido del humor que puede leerse en La dulce envenenadora, o en otras pelÃculas del propio Kaurismäki.
Pero de pronto me pregunté si la intención de tales escenas es hacer reÃr o es mi interpretación desde mis parámetros culturales. A lo mejor a ellos les parece horrible que me rÃa de eso.
Recordé entonces que, cuando fui a ver Hable con ella, en la más trágica de las escenas, el público danés rompÃa las butacas de risa. Y yo allà sola, con mis lágrimas contenidas, escandalizada por su falta de sensibilidad.
Me ha pasado otras veces, donde he experimentado oÃr risas en el cine en escenas crudÃsimas y me he estremecido. Pero ¿por qué yo misma me puedo reÃr de cierto tipo de escenas cruentÃsimas mientras me parece horrendo reÃrse de otro tipo de escenas? No voy a entrar en consideraciones psicológicas sobre la risa- su capacidad de aliviar tensiones, por ejemplo, etc... me voy a centrar en los aspectos culturales:
Como tantas otras cosas, aprendemos a reÃrnos desde pequeños, nos enseñan dónde es apropiado (o hasta exigido) reÃrse y dónde es inapropiado y hasta inhumano hacerlo. Como en aquél capÃtulo de la serie británica Coupling, The giggle loop.
Pero como en todo lo demás, lo aprendido se puede re-aprender. Y ahora me sorprendo no-riéndome de cosas de las que antes hubiera carcajaeado sin piedad.
De la misma manera, muchas culturas creen tener la exclusiva de la ironÃa, porque nadie más en el mundo se rÃe de sus gracias.
Simplemente se trata, de nuevo, de puro entrenamiento. Y la ironÃa, más aún que cualquier cosa, supone entender a la perfección el contexto, con todos sus detalles, porque la ironÃa es un ejercicio supremo de complicidad: las personas que intercambian ironÃa conocen a la perfección lo que es normal, y por tanto, cuando alguien dice algo que no es normal, se sabe en seguida que el interlocutor está de broma.
Por ejemplo en una ocasión en la que visitaba a un amigo extranjero en su casa, pregunté por el aseo. Me dijo que tenÃa que bajar a la calle, porque en su apartamento no habÃa aseo.
Era mentira, claro. O no tan claro. Porque yo no tenÃa por qué saber qué era lo normal en tal paÃs en materia de aseos. Asà que se rió mucho de mà cuando me dirigà a la puerta de la calle. Graciosillo.