Recuerdo que hace mucho, mucho tiempo, cansada después de cuatro años de estudiar ruso, decidí darme un descanso y estudiar un idioma un poco más agradecido. Y el sueco me pareció una buena idea. Fonéticamente agradable (y viable) y gramaticalmente amable. Sí, nada de casos, declinaciones, verbos de movimiento...
Al poco tiempo de empezar a estudiar tal amable y bonito idioma, fui a visitar a unos amigos en Suecia. El sueco aún no me daba para tanto, así que hice unas cuantas de estas:
-Sí, sí
- ..... ..... ......(cara de pocos amigos o de sorpresa)
-Quiero decir: no, no.
O también el muy recurrido:
-Aguachiguachigiua
- (y tú pensando: eeein??? pero a cambio dices:) hehehe - que es un comodín fantástico para uno mismo, claro, porque te parece que estás denotando una complicidad (inexistente, por supuesto), como quien dice: te comprendo taaan bien que no hace falta decir más. Pero en el fondo de tu corazón sabes que el otro, que ha dicho Aguachiguachigiua (=la situación de mi país es espantosa, o: =mi abuela está muy enferma, por ejemplo) al soltarle ese hehehe piensa: esta tía es a) tonta de remate b) está loca de atar.
Lo sabes, en el fondo de tu corazón, sabes que no cuela.
Bien, estos amigos suecos me llevaron a ver a otros, que eran rusos. Y hablamos en ruso. De pronto, aquél idioma que me había parecido un laberinto insondable se convirtió en casa. No es que no tuviera que hacer algún que otro hehehe, o quiero decir no, no, pero estaba en casa. Comprendía las frases y podía decir palabras sin temblar.
Eso mismo ocurre cuando uno se va de vacaciones (o de visita, por lo que fuere) a un tercer lugar.
Al pisar el suelo que besa el avión de regreso te dices, con sorpresa: ya he llegado a casa. ´¡Un momento! ¿Casa? ¿Qué casa?
En ese momento te das cuenta de la magnitud de tu desanclaje.
La referencia, te das cuenta, de pronto, es una boya a la deriva. La referencia es todo y nada. Y a veces te dan mareos. Existenciales. Si alguien te pregunta ¿y tú de quién eres? ya no podrías decir de Marujita, porque ya no lo sabes más.
Y sin embargo, es un gustazo ir a tu ciudad con la cámara colgando al cuello, eres, por fin, el turista que siempre quisiste ser. Lo que antes era casa ahora es la de otros. O se vuelve prestada - por un rato, en todo caso.
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