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Desorientación planetaria. ¿Dónde están las persianas?

Los pájaros empiezan a cantar. El cielo clarea (o clarea más).

Y en la sempiterna e incomprensible ausencia de persianas, al principio el cuerpo de uno se pone en marcha a unas horas imposibles, guiado por los cantos de esos alegres y activos pajarillos que tanto gustan cuando ya son las ocho de la mañana. A las tres, no. Callaos ya. O por favor, decidme: ¿dónde están los tapones para los oídos? ¿dónde las persianas- esas amigas del sueño?

Y uno aprende a darse prisa en irse a dormir, para que no te pille esta desubicación planetaria de ver amanecer antes de que se haya hecho de noche. Para ignorar la inexistencia de esa hora mágica de las cuatro de la madrugada del verano, en su oscuridad, su calma. Su soledad.

No. Aquí a las cuatro de la madrugada de un día de verano, la luz es resplandeciente. Ya están todos los pajarillos vestidos, desayunados y en el colegio.

Son las tres de la mañana. Me voy a dormir, si los pajarillos y la luz me dejan, claro. ¿Buenas noches? ¿Buenos días?

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