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Transformaciones históricas


El libro del avance en los derechos civiles está repleto de eventos, no necesariamente violentos, que se convirtieron en punto de giro y cambiaron algo en la Historia. Los cambios se introducen a raíz de algún acontecimiento que logra abarcar y contener en sí mismo el sufrimiento de muchos años o siglos. En ocasiones el motor de transformación es un acto tan simple como ocupar un asiento en un autobús. En otras, la gravedad de algunos sucesos debería traer cambios y sin embargo, estos pasan a los anales del olvido sin mayor consecuencia —por más que su efecto venga con efecto retardado y sea una más de las miles de gotas que colman un vaso.

Yo, que no soy historiadora, siempre me pregunto por qué algunos incidentes tienen un efecto detonante y otros no. Es evidente que para la generación del cambio debe haber un caldo de cultivo favorable, pero me intriga por qué tarda tanto en aparecer el evento de la transformación, por qué se produce en ese preciso momento y no en otro.

Por ejemplo, el debilitamiento del bloque soviético dispuso el campo para acabar con los muchos años de opresión al pueblo rumano a cargo de Ceaușescu. Los acontecimientos se desencadenaron el 17 de diciembre de 1989, y tras un fallido intento de huida en helicóptero por parte del sanguinario dictador y su mujer, finalmente fueron ejecutados tras un juicio de nulas garantías el 25 de diciembre. Aun sabiendo que sus apoyos internacionales estaban en ruinas, me pregunto por qué el derrocamiento no se produjo antes. O después.


Estos días he pensado mucho en la revuelta que tuvo lugar el 5 de mayo de 1991 en Washington DC, en Mount Pleasant, tras el asesinato de un hombre salvadoreño a cargo de una policía. Las violentas protestas condujeron a un examen de la situación estructural de los migrantes latinos, y este análisis se tradujo en algunas mejoras de justicia social para la población latina residente en Estados Unidos.


No puede decirse que la violencia policial con la comunidad llamada afroamericana sea motivo de sorpresa: llena páginas a raudales en la literatura de varias disciplinas científicas, en las que se refleja, por ejemplo, una mermadísima movilidad social de este colectivo con respecto a otros por motivos puramente estructurales y este factor es crucial para muchas otras trágicas desventuras que sufre la comunidad negra en Estados Unidos. Por supuesto esto no exclusivo de tal país, este post habla de un episodio concreto, sin negar, ni de lejos, la situación general.

También está presente en la literatura de ficción, por no hablar del cine: hay multitud de cintas que recogen las injusticias que aún sufre este colectivo. Hay tantísimas: ahora se me vienen a la mente Matar a un Ruiseñor —incluso con las reservas que se han planteado tanto a la novela como a la versión fílmica de la obra— Arde Mississippi, Boyz n the Hood , 12 años de esclavitud, BlacKkKlansman.

Fruitvale Station, basada en un episodio real, narra las últimas horas de Oscar Grant, antes de ser asesinado por un policía en la estación de tren que da nombre a la película. ¿Por qué no desencadenó este suceso una ola de protestas con consecuencias?

Por otro lado, no podría decirse que no hubiera ya un viejo activismo en EEUU; y los movimientos antirracistas del mundo entero llevan mucho tiempo alertando de una escalada de la violencia ideológica planetaria, convocando manifestaciones y difundiendo manifiestos sin recibir más que un eco marginal.

En primer lugar, aventuro, la imagen del impertérrito, chulesco policía asesinando con su rodilla a un hombre, mano en bolsillo, mientras la víctima y los testigos suplican clemencia durante varios minutos, a la fuerza mueve conciencias.

En segundo lugar, el clima de crispación general es verdaderamente extremo, y quien está al mando, lejos de apaciguar, escuchar, dialogar, ha dispuesto la violencia como método coercitivo, quizá porque su simplérrima mente no es capaz de comprender que gobernar no significa imponer un criterio único sino gestionar la diversidad, y que hacerlo con el bidón de gasolina en la mano es una pésima idea. Ya no solo por sus potenciales resultados sino porque hacerlo es indeseable en sí mismo.


Quién sabe qué avances traerán estos acontecimientos. Pero de pronto se ha dado la vuelta a la tortilla y ha cambiado el paradigma, al menos momentáneamente. En este mundo líquido nunca se sabe qué se queda y qué se va.


Eso sí: las imágenes de manifestaciones multitudinarias, todas, en el planeta entero, me aterran. Tan virtuales no nos hemos vuelto aún: el espacio público físico continúa siendo el rey en la exigencia de los derechos de algunos o de los privilegios de otros.




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