En más de una ocasión he visto cómo niños de distintas nacionalidades comparten juegos en estos parques incrustados en los aeropuertos.
Se entienden sin necesidad de un idioma común. Cierto es que el mundo de un infante carece de la complejidad del adulto, y por tanto las necesidades comunicativas son mucho más básicas.
Pero creo que quizá, en la clave de este milagroso encuentro intercultural, hay un gran componente de inocencia: no les afectan las convenciones culturales que dictan las reglas del juego porque aún no creen que hay unas que valen más que otras. Son a-etnocéntricos. Aún no han aprendido a ser intransigentes, aún no hablan ese des-lenguaje.
Entenderse debería ser un juego de niños.