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La desconfianza


Estoy releyendo Las mil y una noches, maravilla narrativa altamente recomendable.

En esta lectura me ha llamado mucho la atención la presencia casi constante de la traición y la desconfianza hacia las personas, algo que en lo que no había reparado la primera vez.


1. La concienciación de los valores propios a través de la exposición a otras culturas es un fenómeno muy común (si no hubiera vivido en Dinamarca no hubiera reparado en ello porque me hubiera parecido lo normal)


Cuando me di cuenta de esto, lo atribuí en un principio a la edición que tengo entre manos, diferente de la primera que leí. En realidad, pienso que la diferencia entre una y la otra está en mí: en que he estado expuesta a otra cultura no basada en la desconfianza y ese contraste me ha permitido ser consciente de que el recelo no es algo universal.

Es posible, aunque en esta tesis me aventuro un poco, que esa suspicacia tan presente en nuestra cultura, tenga su origen en el paso del Islam por la península ibérica. O no: sea como fuere, parece ser un elemento común.


2. Los estereotipos: fuera y 3. La cultura de la desconfianza

Es necesario huir del estereotipo que individualiza algo cultural: lo fácil sería pensar, primero, que si hay desconfianza en nuestra cultural, es porque hay más traición o trampa, y acto seguido, repetir el mantra de que en España es que somos unos manguis, y por eso desconfiamos.

A esto se podrían objetar dos cosas: que quizá sea ese recelo el que crea la tendencia a la trampa. Y la segunda, que por supuesto, ni todo el mundo es tramposo o traidor en nuestro país, ni todo el mundo es de una honradez acrisolada en países como Dinamarca.


Decir que el recelo o la confianza están presentes en la cultura es algo muy diferente a decir que los españoles son unos choris y por tanto, es normal desconfiar, mientras los daneses son todos muy honrados, y por tanto es normal confiar. Porque no es cierto ni lo uno ni lo otro, obviamente. Ni siquiera en general.


Esta presunción de culpabilidad tan arraigada en nuestra cultura tiene por consecuencia que se regula, legisla y construye pensando que la gente va a intentar defraudar, escapar o timar.

Se empieza desde el colegio; el español es más bien de aspecto carcelario, porque se parte de la presunción de que un niño, si no ve vallas, puertas cerradas con llave o candado, va a intentar escaparse. Los colegios daneses, por lo general, están abiertos al exterior, basta una línea blanca en el suelo y decirles a los infantes: de aquí no se pasa; la incidencia de escapadas en unos y otros es igualmente anecdótica.

En España aprendemos desde pequeños que los humanos somos malos por naturaleza, y por tanto hay que corregirnos, controlarnos y castigarnos: necesitamos un policía que nos vigile para hacer las cosas de manera deseable. En otras palabras, incorporamos una ética heterónoma. La vigilancia es la clave de la virtud. Acaso esto marca la pauta de comportamiento.


Las culturas basadas en la confianza, por el contrario, incorporan una moral heterónoma: la virtud está en el propio acto: sabemos que hacer esto o lo otro no está bien y no lo hacemos, porque no. Simple y llanamente. No porque haya un policía esperándonos a la vuelta de la esquina.


Ahora bien: no es el país y mucho menos la sangre lo que determina impepinablemente nuestra manera de comportarnos; un jugador de baloncesto no seguirá jugando al baloncesto cuando le inviten a jugar al fútbol. Un director de banco no se comporta igual en una fiesta del colegio de su hijo que en su oficina. Allí donde vamos, más o menos, hacemos lo que vemos. Sin por eso perder nuestra personalidad, porque también existe (aunque no en todas las culturas) la elección individual, de alcance limitado, eso sí. Piensa en cómo vas vestido en relación a tus compañeros de trabajo, por ejemplo.



Como he dicho antes: los españoles no somos, ni en general, malotes, como los daneses no son, ni en general, buenotes. Hay costumbres y maneras de obrar, y luego están las personas.


En definitiva: me llama la atención la similitud de la actitud de desconfianza, la traición, el escaso valor de la palabra de los relatos de las Mil y una noches, algo tan presente también en nuestra cultura. Pero es preciso incidir en la diferencia entre la costumbre y la personalidad colectiva: es necesario huir del estereotipo, pensar que somos así no solo es faltar a la verdad; es, además, perjudicial.



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