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Ajedrez, redes, culturas


Es extraño jugar al ajedrez contra personas del mundo entero a las que jamás has visto y de las que no conoces ni el nombre. El juego y la potencial (pero rara) comunicación con los contrincantes tienen su interés antropológico.


Una cuestión que no debe pasarse por alto es que, a pesar de ser un ejercicio lógico matemático, el ajedrez no está exento de emociones. El miedo o por contra el arrojo y mantener la sangre fría mientras sacrificas a tu dama no son necesariamente una virtud de precisión matemática. Y aunque el juego está ciertamente internacionalizado, porque la sabiduría ajedrecística acumula tácticas y arranques de maestros a lo largo del planeta en todos sus tiempos, aún a ratos se deja ver un posito cultural en las maneras de mover las piezas. Pero no deja de ser un posito mínimo, a veces inexistente.


Otra cuestión de interés antropológico es la generización del ajedrez, quizá no muy diferente de otras disciplinas de corte matemático. La predominancia masculina es innegable: los héroes son casi en su totalidad masculinos y aunque tampoco es que se prodiguen las noticias sobre ajedrez en general, Kárpov, Kasparov o Carlsen no son grandes desconocidos, y sin embargo, ahora mismo la única heroína ajedrecista que recuerdo haber visto reconocida en la prensa no especializada, lo fue por cuestiones ajenas a la práctica, a sus aptitudes técnicas en este deporte: fue por negarse a jugar en Arabia Saudí. Y no es que esté mal retratar su gallardía como mujer, pero no deja de ser paradójico que, precisamente algo que pretende ser un abanderamiento feminista, acabe por caer en el tópico de que lo cuenta no son las capacidades propiamente intelectuales de la jugadora.

En la plataforma en la que juego no faltan moscones revoloteando sobre algunas jugadoras, algo que no he visto en los perfiles masculinos.


Es también interesante el estilo comunicativo de cada uno, que creo es más un aspecto general sobre las redes sociales, esto de relacionarse con pantallas, sustitutos de personas, pero con las peculiaridades del mundo ajedrecístico.

Además del lenguaje común del juego, porque mover un caballo puede convertirse en un grito, o mover un peón puede ser una carcajada (ay, el humor, no todos entienden cuando haces una jugada humorística), no todo el mundo comparte una lengua en la que poder comunicarse: no todos hablan inglés, español u otro idioma en que poder comunicarse. Pero algunos contrincantes son más propensos a intercambiar aunque sea una palabra cuando uno ha metido la pata hasta el fondo y se ha dejado una pieza para la merienda (del otro, claro). Otros son un muro de silencio: y quizá solo sea una impresión, pero por ejemplo, los jugadores rusos o de países ex-soviéticos tienden a no responder a nada, pero nada de lo que se diga (ni en ruso) porque aquí no solo hemos venido a jugar, hemos venido a ganar y no hay sitio para el comentario jocoso o técnico.


Interesante la huella cultural en el ajedrez, como lugar muy peculiar de encuentro cultural: porque al fin y al cabo, el mundo también cambia internet, como cambia al ajedrez.


La dama y el alfil en negras (no lo he podido evitar)










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