Por fin vi La marea Humana, un llamamiento al autoauxilio de nuestra especie, un lúgubre poema para la humanidad, al que Weiwei
logra imprimir su tono poético, sin por ello perder ni un ápice del grandísimo esfuerzo ético que empuja la película, como otros de sus proyectos.
Weiwei es capaz de mostrar, con una mirada reposada pero furiosamente hipercrítica, la espantosa deshumanización que sufren los refugiados, cuyo tratamiento es algo entre robótico-industrial e infernal: los que tienen suerte acaban en unos cubículos propios de ganado, porque en ellos no cabe la persona, no cabe la dignidad; donde los refugiados son reducidos a cuerpos funcionales: comer dormir y esperar. Esperar a que llegue el día en que recuperen su estatus de persona.
Esos campos son peores que cárceles, porque sus habitantes no solo no han cometido más crimen que huir de situaciones de enorme desolación, de las uñas del hambre, de las ruinas de su casa, del dolor, de la amenaza de la muerte o del peligro de ser atajados por grupos violentos, institucionalizados o no. No solo eso: además no tienen una fecha en la que anclar su esperanza.
En los informativos, con suerte, se habla de ellos en términos de cuotas, de masas, en términos tan abstractos que nos hacen olvidar su condición de congéneres, y esa es la grandeza de la cinta de Weiwei: nos muestra los ojos, cansados, sus rostros, sufridos, su suprahumana capacidad de normalizar lo que jamás debería ser normal. Y esos sórdidos cubículos se convierten en casas, desnudas, inseguras, desposeídas de todo gesto personalizador.
El grado de horror que se muestra parecería insuperable, y en el documental flota la pregunta de ¿cómo hemos sido capaces de llegar hasta aquí? Y, sin embargo, dos años después, podemos decirnos: pues eso no era nada. Aquel escenario era un patio de guardería comparado con el que vivimos hoy, donde el grado de deshumanización se expande como la peste por Europa y otros lugares de Occidente. Y lo peor es que este ascenso está en plena expansión. Lo que nos queda por ver.
En la película se dice: It is critical for us to mantain this humanity. Algo que derrocha Weiwei, dispuesto a gritarle con sus susurros al mundo que ya está bien de dejar atrás nuestra humanidad. Que nosotros somos todos y que debemos recuperar el respeto por las personas con la máxima urgencia. Menos mal que aún nos queda Weiwei.