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Postales veraniegas I: Peluquerías


Nunca he ido a una peluquería danesa: me han espantado los caracteres numéricos desorbitados que anuncian sus puertas, aunque quizá también tenga algo que ver una etnocéntrica desconfianza.

Así, ir a la peluquería se ha convertido en uno de mis rituales en mis transitorios retornos, quizá en parte por darle la ilusión de cotidianeidad, de forma que parezca que, de hecho, si hago cosas del día a día, será porque vivo aquí.


Hoy me ha asaltado la idea de que, en alguna ocasión deberé hacer gala de una gallardía impresionante para lanzarme a confiar mi identidad capilar a los zigzags de las tijeras danesas, por puro interés etnográfico:

Las peluquerías están cargadísimas de elementos de interés antropológico y aunque no he investigado el tema (hoy me daré a la ilusión, sé que injusta, de la originalidad). Sobre el pelo se ha escrito muchísimo. Hay también un documental muy recomendable sobre el pelo de los africanos.


De los testimonios que he oído sobre las experiencias en las peluquerías danesas, se me ocurren, por lo pronto, estos puntos de reflexión:

Los rituales del proceso

Para empezar, el procedimiento de acceso, es decir, de la concertación de la cita. En Dinamarca transcurre en un marco de una concepción lineal y cerrada del tiempo, que llena sus casillas con gran antelación. La frase: venía a cortarme el pelo, no se gasta en aquel norte. Uno reserva con días de antelación, so pena de exponerse a una acusadora mirada que dice: eres un desastre y no sabes organizarte.

Pero los pasos del guión pueden diferir mucho de una punta a otra del planeta. Me cuentan que en las peluquerías chinas (¿algunas? ¿todas?) no se moja el pelo antes de cortarlo.

En las danesas, el masaje del lavado es opcional y se paga aparte. Me aventuro a pensar que esto se debe al concepto de intimidad física en la cultura danesa. Quizá, la costumbre de no acercarse demasiado físicamente, haga que un mayor número de personas se sientan incómodas con el masaje: así, el contacto físico entre peluquero-cliente estará influido también por la noción de intimidad o privacidad física de cada cultura.

Y así podríamos tomar cada uno de los pasos que le llevan a uno a un cabello más corto (o largo).


El género en las peluquerías

No solo en cuanto a cómo se supone que lleva cada cual el pelo de acuerdo con las adscripciones físicas del género (largo, corto, pintado y de qué color, etc), sino también de las expectativas de cómo debe ser tratado el/la cliente/a o cómo debe comportarse el/la empleado/a. Si habla mucho, si debe guardar silencio. Si se puede hablar de intimidades, etc.


Indudablemente, la definición de identidad o el estatus social

Volvemos al pelo en sí mismo: el tipo de peinado, sus colores, sus formas, marcarán una cierta posición social, pero es que la elección de la peluquería también sirve para marcar esta identidad.


Y, por supuesto...

La peluquería como lugar de distribución de información socializadora.

Uno podría pensar que solo ocurría en las antiguas peluquerías de barrio, pero yo creo (sin gran fundamento científico, porque mi observación se reduce a dos visitas anuales aproximadamente) que en España, al menos, la fidelidad al peluquero es bastante importante y por tanto, la clientela suele ser la misma, de forma que la información sobre el estado vital de cada cliente, o los comentarios sobre los ajenos, son elemento imprescindible en las peluquerías españolas. Mientras que, lo digo con menos fundamento aún, sospecho que esto no ocurre en Dinamarca, porque, aunque seguramente también haya fidelidades, la distancia interpersonal es mayor y uno no le cuenta su vida a cualquiera.


Quién hubiera sospechado los tesoros que guardan las peluquerías.





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