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Traducir el arte



Se quejaba Jorge de la adaptación danesa de Yerma de Lorca, y reflexionaba: empezamos por el nombre: ¿cómo traducir yerma al danés? Lo han dejado en Yerma, como nombre propio. Y esa mayúscula ha barrido de un plumazo las connotaciones de la yermedad.

Traducir una obra no consiste en una mera conexión de equivalencias entre palabras en un marco gramatical; consiste en traducir mundos; al fin y al cabo, los idiomas son mundos. Pero todo esto suscita reflexiones en torno no solo a si se puede dar el arte intercultural o en qué medida, sino entorno a la propia experiencia estética en general y también sobre si existe un sentir universal, si hay un lenguaje universal que todo ser humano puede comprender.


En la traducción, igual que en la creación y en la contemplación, se cuela el etnocentrismo: quien escribe, describe un mundo que considera entendible de forma universal. Quien lo traduce, pone de su parte aquello que aprendió. Quien lo contempla, interpreta desde su mundo también: he visto espectadores daneses reírse en los momentos más trágicos de las películas de Almodóvar. Y a mí misma me ha costado años de residencia en Dinamarca comprender que aquellas escenas de Von Trier no portaban la más mínima intención de hacerme reír. Y lo hice a carcajada limpia.


La reinterpretación se produce en todos los formatos artísticos: en la música o la pintura ocurre de una manera diferente, porque estas se disfrutan sin intermediarios. Y en reflexión improvisada, en la literatura, la traducción de mundos puede facilitarse por la posibilidad de la explicitación. El autor puede sembrar el texto con las semillas de la aclaración explícita.

En el cine, la traducción y la interpretación pueden suavizarse por la enorme facilidad de contextualización que da el lenguaje cinematográfico.

En el teatro escenificado, el contexto es poesía plástica, y es por ello que la complicidad con el espectador es esencial en la interpretación que este da a la obra.


Pero, por supuesto, en cualquier experiencia artística, hay traducción: el contemplador traduce al unomismés, a su propio lenguaje, a su experiencia, a su pensamiento y su sentimiento. La obra es tan de quien la crea como de quien la contempla. De puntillas diría que el arte es, ante todo, sujeto. Con matices, claro. Si alguien ve guerra, por ejemplo, en las amapolas de Emil Nolde, entonces hay guerra en ellas. Aunque Nolde no quisiera pintarla.


La siguiente cuestión es si realmente es traducible, o hasta qué punto el arte es traducible. Los detalles del contexto cultural que se puede perder un danés al ver o adaptar Yerma ¿lo dan todo por perdido? ¿acaso no existe una unidad psíquica que hace que, en términos generales, los humanos podamos entendernos?

Más allá de las interpretaciones del humor (como las mías del humor de Trier), se sitúan las interpretaciones del mensaje general que quiere trasnmitir el autor: yo había leído el relato de Karen Blixen y había visto la adaptación cinematográfica de El festín de Babette. Y creía haber comprendido lo que la escritora quería contar, hasta que vi la película después de unos cuantos años de vivir en Dinamarca.


Con el tiempo, me parece que es más necesario cuestionar la unidad psíquica o, al menos sus límites, sin que esto signifique necesariamente negarla. Simplemente, cuanto más aprendo de una cultura tan relativamente cercana como la danesa, más me parece que hasta en las cuestiones que uno podría considerar como lugares de entendimiento universal, como la preocupación por la muerte, el dolor, la amistad, son solo comunes en un cierto grado. Tanto que a veces incluso dudo de si realmente son comunes.

Quizá porque cuestionar la unidad psíquica humana sea el primer paso para entendernos, que seguir empeñados en que todos entendemos todo de la misma manera no ayuda a entender el peso que tienen las diferencias, y, dada la capacidad comunicativa que nos ha sido otorgada, cuestionarla unidad psíquica nos permita acercarnos, sin perder la grandiosa y maravillosa complejidad de nuestra diversidad. Porque de otra forma, creeremos estar entendiéndonos y enriqueciéndonos sin hacerlo en absoluto, como en aquel capítulo de Coupling.


Quizá, después de todo, lo mejor será no callar sobre aquello de lo que no se puede hablar.




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