
Las leyes de la atracción (física) están mucho más domadas por los dictados de la cultura de lo que comunmente suele atribuirse al terreno puramente instintivo, y por tanto, animal. Partimos de la presunción de que nuestros instintos emanan de un cuerpo natural, y por tanto, bruto, sin pulir ni moldear a la par que universal, inmutable. Sin embargo, la variación de los cánones de belleza (que hacen a alguien atractivo físicamente) a lo largo el tiempo es evidente; por supuesto, las diferencias se dan también en el espacio.
Aclaro que de lo que estoy hablando no es de una variabilidad cultural de la corrección moral: por ejemplo, el largo de las faldas (y su significado social) varía enormemente de una cultura a otra; incluso entre culturas aparentemente cercanas. En Dinamarca llega, por ejemplo, mucho más cerca de la rodilla que el de la española.
No: de lo que hablo no es de si el largo de una falda provoca respingos en ancianas venerables, de lo que hablo es de la reacción física que provoca esa pieza o cualquier otro elemento, que bien podría ser la forma o el color del pelo, por ejemplo.
En cierta ocasión, hice un viaje de trabajo a Turkmenistán. Y cometí el error de alabar la belleza del vestido tradicional de la tierra frente a mis colegas del lugar. Un error, porque ellas lo interpretaron como una indirecta y me arrepentí de haberles llevado a la ristra de molestias que les acarreó mi inocente comentario.
Porque en Turkmenistán, por lo menos entonces, no existía más que un lugar donde comprar ropa confeccionada: dos grandes marcas españolas compartían la misma tienda en un centro comercial desolado. Si querías comprar ropa, debías acudir primero al mercado ruso a hacerte con la tela y la cinta bordada.

El mercado ruso. La tienda de telas estaba en el segundo piso.
Con la tela y la cinta bordada elegida, acudías a la modista.


Escalera y buzones en la casa de la modista
Medidas, coser, más medidas y unos cuantos ires y venires en aquella escalera destartalada, tuvieron por fin su fruto.

El famoso vestido turkmeno
Aquél hermoso ceñido vestido era largo hasta las muñecas y los tobillos. Ya de vuelta, mis compañeras de la oficina de la hermosa Ashgabat no hacían más que preguntarme cuánto le había gustado aquél vestido a Kim.

La hermosa Ashgabat
A mí me encanta, también porque lleva cosida la amabilidad de mis antiguas compañeras de trabajo y los días que pasé en aquella tierra tan marcianamente hermosa. Pero Kim nunca ha entendido por qué tenía que parecerle sexy.