Estoy convencida de la particularidad cultural de los menús de los temas de conversación y de las formas de uso y alcance que manejan las personas. Mi hipótesis (no contrastada científicamente) es que, de la misma forma que se aprende el contenido del discurso (doxa, en términos técnicos: el álbum de pensamientos colectivos) en un contexto (sociocultural, generacional), se aprende también la cartoteca de temas de los que hablar, cuándo, con quién y en qué intensidad.
Por supuesto, tanto la doxa como el menú de temas tienen un arco de variabilidad dependiente de factores socioculturales, generacionales, etc. A lo que, en los temas de conversación hay que añadir el rango de la relación entre los contertulios.
¿De qué es apropiado hablar? ¿de qué hablamos con nuestros mejores amigos? ¿y con los conocidos? ¿qué debería guardarse en la caja de los secretos? ¿qué es interesante en la vida? (o más lejos aún podría decirse: ¿de qué está hecha la vida?)
Por ejemplo, es rara la conversación entre españoles que no contenga algún tema político- aunque, como digo, podría ser que los contertulios se sepan lo suficientemente alejados en sus posiciones como para que sea deseable soslayar tal temazo. O que no contenga el quejido laboral. Y he experimentado, no solo por mi formación y mi contexto, una tendencia a la reflexión que se aleja de lo anecdótico. Hablar de filosofía o de cine más allá de la batallita o la fotografía no es una rareza, no son temas de conversación de élite.
La escatología, las mayores intimidades son aireadas sin grandes contemplaciones. Le puedes contar la pelea que te llevará al divorcio al pescadero sin que esto constituya una estridencia. O puedes hablar del esencialismo con tus amigos electricistas. O de un plano de cine con un amigo ingeniero.
Sin duda, mi observación esté sesgada por mi propio círculo de relaciones, también en Dinamarca, pero en general, he experimentado un inferior grado de intimidad de lo confesado (y, tras varios respingos (iih) claramente indicadores del mensaje: demasiada información, tan cerca no quiero llegar, he aprendido a reservarme mis confidencias) y también he experimentado un mayor grado de anecdotismo, rara vez se eleva la conversación más allá del comentario de acciones o hechos concretos. Poca política y de pedos (trágicamente) no se habla ni con los mejores amigos.
Mis conversaciones con amigos africanos han tenido siempre un colofón claudicativo, una conclusión sobre el orden del cosmos.
Los diálogos americanos los he experimentado repletos de historias con moraleja.
Claro que, como digo, no tengo pruebas científicas porque, aunque soy buena cotilla y escucho muchas conversaciones ajenas, mis pesquisas tienen la importante interferencia de mi propia y particular presencia.
Cierto: puede haber temas universales- hablar del tiempo en el ascensor o la parada del autobús- como hay diferencias entre los subgrupos (como he dicho al principio: la influencia del trasfondo sociocultural de los conversadores, o la generación) o de las circunstancias relacionales de esos sujetos de charla.
Solo digo que se conversa de forma diversa y sobre temas distintos en diferentes culturas. Dime de qué hablas y te diré de qué está hecho tu mundo.