En realidad, el final de año debería fijarse en septiembre, que es cuando, de verdad, cuando se abre capítulo nuevo, e incluso, a ratos, libro nuevo.
Decía Ángel el otro día que él ya estaba preparado. Y es verdad, en estos paralelos, hay que estar preparado, porque con el amarillear de las hojas se acerca lo oscuro, la vida se repliega en un mutismo pesado.
Viene el silencio, el hambre de luz, porque el sol, si es que se digna, nos regala apenas veinte watios y por un ratito, no nos vayamos a malacostumbrar.
Sí, es cierto: hay que armarse de preparación.
Pienso, además, en aquellos de mis co-residentes que no han tenido la suerte de poder tomar prestado un largo verano cargado de energía solar, amist-olar, de sandías y pepinos con sabor distinto al del agua (ya, ya sé)... porque por estos nortes, el verano, lo que se dice el verano (y hasta la primavera), este año han pasado de puente en puente y tiro porque me lleva la corriente . Así que se enfrentan al reinicio de un otoño más, pero con apellido de mes diferente.
¡Ay! winter is coming. Y no tengo tantas ganas; yo, la verdad, reconozco que prefiero escribir postales veraniegas.