Señores y señoras del mundo de la invención: no veo ni amago de producir una grabadora de olores. Por favor, inclúyanlo en sus agendas. Y nada de ambientadores baratos. Un ambientador de tortilla de patatas no es lo que se pide aquí.
Hay algunas cosas más livianas que la posición de las estrellas que te hacen sentir en casa:
Un atardecer, en el torcerse de la cuesta que me llevaba a mi casa (prestada), invadió el aire una traza de... aroma (porque llamar "olor" a aquello sería una injusticia inaceptable) intenso que parecía visibilizarse, como en los dibujos animados y conducía a una ventana cuyos secretos estaban a duras penas guardados tras unas cortinas de cuadros ¿rosas?. Tras aquella delgada tela se adivinaba una (deliciosa) tortilla de patatas a punto de nacer en su sartén. Completaba la escena la banda sonora de la cacharrería acudiendo a la mesa; tenedores y cuchillos dispuestos a instrumentar aquél prometedor concierto gustativo.
E imaginé el resto: una cena con el telediario berreando a través de aquella ventana. Pedro, trae el pan. Y las servilletas, también de cuadros y seguramente, también malas encubridoras de secretos.
Esas ritualizaciones de lo cotidiano configuran ese mundo que se aparece con tanta nitidez cuando se despliega la tortilla de patatas de Proust. Lástima que no hubiera grabadoras de aromas cuando escribió aquello. Y el otro día, cuando subí la cuesta que me llevaba a mi casa.