Las visitas mutuas son lo más en la ritualización de las amistades transnacionales o migrantes: las visitas mutuas, aunque con clara saliencia de las visitas al migrado, son un inequívoco modo de sellar a cemento una amistad que traspasa fronteras.
Este fin de semana hemos recibido visita de unos buenos amigos finlandeses. Claro es que no se puede generalizar, y no hay dos iguales y todas esas cosas de las que os tengo ya aburridos. Pero el caso es que esta visita me ha hecho recordar lo incómodo a la par que fascinante de la distancia cultural.
La manera de entender cómo se ejecutan las relaciones, que se hila fino sobre las costumbres, a ratos, cuando la distancia cultural es grande, puede ser objeto del mayor desconcierto. En un trabajo que tuve, en ocasiones me tocaba llamar a Finlandia- y aquellos silencios larguísimos al teléfono me llenaban de inquietud hasta el punto de que en ocasiones tenía que finalizar la (inexistente) conversación con una abrupta excusa y colgar para calmarme los nervios.
Estos silencios son chocantes cuando menos para quienes provenimos de una cultura hiperverbalizada como la mediterránea- y no es que todo el mundo sea callado en Finlandia, ni mucho menos, pero supongo que está aceptada socialmente la ausencia de conversación: esta no tiene que llenar el espacio cada segundo. Y, supongo, no es objeto de incomodidad si no se dice uno nada. (Esto es una suposición como otra cualquier: tendré que pedirle a alguien que me lo explique. )
A ratos he sentido la mayor desorientación, no poder interpretar las señales (que, a mis ojos, eran inexistentes) me ha causado la zozobra de no saber si estaba ofendiendo o desagradando. O todo lo contrario.
Me han contado que ha estado nevando apenas hace unos días y que estos 15-20 grados les parecían una maravilla comparando con los 5 que había cuando iniciaron su viaje y me he acordado de la parábola de los altramuces, además de convencerme de que ellos viven en otro planeta. Más pequeñas (o no) cosas que nos diferencian (sin separarnos)... me cuentan que no se acostumbra a desayunar con mermelada (ellos, al menos) o que no se venden batidos de chocolate (aunque recientemente se hayan introducido tímidamente) Entonces he pensado otra vez en los altramuces: y yo quejándome del luteranismo danés.
Me malinterpretaron cuando, por la noche, sólo les di dos toallas: en la tonta presunción de que sólo los más pequeños querrían ducharse a esas horas y ellos, sin embargo, pensaron que les daba dos toallas para toda la familia de cinco. Ah, pero este malentendido fue fácil de deshacer.
Pero, en realidad, entre la confusión más o menos anecdótica, lo mejor de todo ha sido comprobar que no hay lenguaje universal que pueda compararse con el cariñito. No es que no le hagan falta palabras, no es que pueda ejecutarse, formalizarse y expresarse de forma que no pueda dar lugar a malentendidos, claro que no: pero cuando está, no hace falta ni siquiera google translate.
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