Mi amigo, de visita, dijo: ¡Qué bajito está el sol!. Y es verdad. El sol, cuando se deja ver en diciembre por estos lares, está bajito. Del todo: en altura en el cielo y como al 3 de intensidad.
Ya antes de venirme a vivir, había tenido la suerte de presenciar esta luz rojiza, transversal de las proximidades del equinoccio.
A veces se le juntan los hielos o incluso alguna nieve prístina e impoluta que le dan un toque de crujencia visual y auditiva a ese halo poético de las sombras alargadas.
O vienen las nieblas y lo convierten todo en el escenario nórdico de un relato de R.L. Stevenson.
Hay que disfrutarlo, porque después vienen un día gris, más de un perro y muchas botas gruesas y rompen la luz perpendicular y la blancura de las nieves y se queda todo hecho un asco: un chof chof de amasijo semihelado marronzoso-amarillento y se le quita a uno toda la poesía de la tierra de un plumazo. Flas.
La Tierra y su variedad de facetas, qué gran tesoro.