Mi post de la semana pasada no explicaba bien lo que yo intentaba describir. En el diálogo con mis generosos lectores encontré esta explicación que me satisface mucho más:
Vivir entre dos mundos no es sólo duro en el plano emotivo, sino incluso en el cognitivo. Creo que mi post se entendía como que no logro recordar todos los detalles de Madrid cuando estoy lejos. Y es cierto que no los recuerdo, como nadie, a menos que posea una memoria tan prodigiosa como absorbente.
No.
Yo de lo que hablaba es de visualizar, comprender la mismísima existencia simultánea de un espacio en el que no podemos estar porque, sencillamente, carecemos del don de la obicuidad (algo en lo que, junto con el teletransporte, deberían ponerse a trabajar las gentes de la ciencia con máxima celeridad).
Es que incluso carecemos del don de la ubicuidad cognitiva, ya no es que no podamos estar físicamente en dos (o más) lugares a la vez, es que no podemos ni estar mentalmente en dos lugares a la vez. Y no será por falta de ganas.
Daniel me contó que se ha escrito sobre el llamado doorway effect: porqué al atravesar el marco de una puerta nos olvidamos de cosas. ¿Es que acaso se nos caen los pensamientos por el suelo y tenemos que volver a recogerlos allá donde se estrellaron? En realidad los científicos que experimentaron con memoriosos voluntarios, llegaron a la conclusión de que el arco de la puerta tiene el poder de evaporarlos. Es una forma de purgar el disco duro. En las puertas.
Marie sugirió que se entrena, cada vez que uno atraviesa las puertas del avión- que, por lo demás, tienen unos superpoderes portentosos que dejan a la altura del betún a las puertas vulgares, esas que separan habitaciones. Cierto, se pueden domar un poco las amnesias transnacionales. Pero hay un matiz importante en todo esto:
Yo de lo que hablo no es de recuerdos de detalles concretos, o de la memoria de un paisaje (sonoro, olfativo o visual o incluso poético) sino que hablo de nuestra incapacidad de concebir la co-existencia de los espacios separados por, ahora lo sé, esa barrera infranqueable de las puertas- más aún de las de avión. O existe un lado o existe el otro. Y si no estamos, no podemos ni saber ni concebir que existe.
Lo llevo un poco más lejos: es una cuestión de nostalgia o amnesia cuántico-metafísica, una perturbación del estado de Superposición (la existencia o no existencia de la otra ciudad, en este caso) que explicaba Shrödinger en su experimento imaginario (por suerte para el gato imaginario) del que puedes leer aquí.
Menos mal que existen los aviones. Por cáusticas que sean sus puertas.