Marc Augé habló hace tiempo de los lugares frente a los no-lugares- esos espacios carentes de significado, sin referencias para quien los transita. Espacios huecos de recuerdos, desprovistos del alma que dan las vivencias.
Frente a la conversación que da el tendero de la esquina, que se conoce tu vida mejor que tú, el impersonal dependiente de la tienda de centro comercial, no-lugar por excelencia. O la absoluta asepsia de las autopistas, albergadoras de escasos o nulos significados; frente a la intensidad emocional de la cuesta que me lleva a tu casa, aquél puente donde me caí o la escalera en la que me diste un beso.
El otro día tuve un ataque (uno más y más fuerte de lo habitual) de nostalgia al pasar junto a mi vieja facultad, la de Filosofía de la Universidad Complutense. Quizá por el peligro de extinción al que está sujeta. La foto es mala, malísima, pero no importa. Allí está la valla, aquella valla que se saltó nuestro ilustre, solemne y mítico profesor de Lógica, Garrido (EL Garrrido). Disculpen que haya llegado tarde- dijo con la sobriedad que le caracterizaba- pero el taxi me ha dejado allá abajo y no he tenido más remedio que saltar la valla. Y comprenderán que, a mi edad, no ha sido tarea fácil.
Las escaleras que subí tantas veces, aquella cantina, en la que aprendí a jugar al mus. O donde Eusebio se bebió una taza de mejunje de colillas por una apuesta estúpida. Es que Eusebio era un posmoderno.
Hoy he pasado por la librería en la que recogía las cintas de las películas que elegí y proyecté en el cine al aire libre de mi barrio; fue prácticamente mi única distracción aquél verano que suspendí química y biología- así que tuve me pasé los días y las noches estudiando aquellas y Selectividad. Sólo recuerdo haberles puesto El sueño eterno. Quizá los espectadores me odiaron por mis elecciones. Quién sabe.
Y en toda esta experiencia proustiana de desencadenar recuerdos no con magdalenas, sino con lugares, me he dado cuenta de la relevancia del término de Augé para el migrante. Tu ciudad está repleta de escondrijos que cargan episodios o incluso periodos de tu vida. Estaban allí, dormidos, cuando vivías en ella, pero no los veías. Se han despertado ahora que te has ido. Buenos días, Lugares.