He mencionado en alguna ocasión el Síndrome de Ulises, un fenómeno tipificado por el psiquiatra Joseba Achotegui, cuyos artículos al respecto son muy interesantes, aunque ha habido aportaciones anteriores sobre el tema en clave psicoanalítica.
El síndrome de Ulises es el duelo (crónico y circular) por la ruptura con las propias raíces y con uno mismo.
El duelo por la tierra se manifiesta en mucha formas y colores y es circular, porque, a diferencia de otros duelos, la tierra vuelve a esta ahí periódicamente- cuando uno va de visita, ve las noticias en internet, ve una película, lee un libro, se come un tomate o habla con sus amigos.
El contacto con otras culturas nos transforma, afortunada e inevitablemente y esta alteración repentina de la identidad propia es rara vez indolora.
La metamorfosis suele, en muchos casos, acompañarse de una hipertrofia del sentido empático abstracto: el migrante desarrolla una supercapacidad para ponerse en el lugar de otro, y no sólo de forma emotiva, sino intelectual, porque insertarse a sí mismo en un escenario marciano requiere un esfuerzo magnánimo de entendimiento y capacidad de aceptar valores, ideas y costumbres exageradamente ajenas.
Ahora bien, el síndrome de Ulises está altamente infravalorado, quizá porque se entiende que la adaptación a un nuevo medio es (o debe ser) un automatismo mágico-asimilacionista: por arte de magia uno se convierte en un danés, un alemán, inglés, chino o malayo.
Pero yo a lo que vengo hoy es a hablar de mi libro: de pronto se me vino a la cabeza que en este avance hacia el entendimiento mutuo de las realidades migrantes, nos falta un síndrome que no está (que yo sepa) tipificado aún: así que lo bautizaré sin más dilación: el Síndrome de Penélope: Así como el migrante se convierte en un Ulises, el que le espera en tierra se convierte en una Penélope. El uno con su maleta, la otra con su puerta de llegadas de aeropuerto, ambas crónicas.
El sentimiento de abandono, la silla vacía en las celebraciones importantes, el regalo silente bajo el árbol de Navidad (o junto al zapato), eso está por tipificar. Yo ya estoy manos a la obra. Soy toda oídos (y mano con boli).