En esta escena de Abre los ojos, uno tiene la inquietante sensación de que el protagonista vive en una dimensión paralela a la realidad. Quien no conozca esta ultratransitada zona de Madrid quizá no pueda hacerse una idea de lo vacía que está así la Gran Vía.
A veces los migrantes nos sentimos así, en una dimensión paralela a la realidad. Por aclamación popular, escribo sobre este fenómeno: los festivos resbaladizos.
Las culturas están repletas de what goes without saying (me encanta esta expresión), lo que se sobreentiende (también me encanta esa expresión), de secretos obvios incorporados al saber en una edad en la que uno aún no has aprendido la conciencia del recuerdo. Y así, verbalizarlos sería como escribir instrucciones de cómo beber.
Los festivos forman parte de esas reglas mudas sobre funcionamiento del mundo. Y dada su obviedad, nadie te pregunta: ¿qué vas a hacer el puente de Pentecostés? y mucho menos te advierte: esta semana jueves y viernes son fiesta. Porque eso es algo que sabe todo el mundo. Y quizá tengas la buena suerte de que alguien comente sus planes- y así, de refilón, te enteres de que no hay que trabajar- pero también puede ocurrir que nadie comente nada. Y en consecuencia, salgas a la calle a las ocho de la mañana, como todos los jueves, y te encuentres así de vacía la Grandesen Viesen, Le Grane Viê o lo que toque en tu neociudad; o te cargues de trabajo ese puente o te compres un billete de avión en algo que parece la fórmula matemática de cómo desaprovechar al máximo cuatro días libres consecutivos. Es como si el mundo fuese por un lado y tú por otro.
Además de todo, entra en juego el sesgo cognitivo: ¿cómo podías haberlo adivinado? Los festivos son días en los que no se celebra cualquier cosa, sino algo que tiene peso e importancia histórica. Y nadie podría imaginar que países de corte laico (como, pongamos, Francia o Dinamarca) se celebraren días de significado religioso, como la Ascensión o Pentecostés (y por el contrario, no sea festivo el 1 de mayo en un país donde los derechos de los trabajadores son algo casi sagrado, como en Dinamarca). Ah, las suposiciones.
Pero que no cunda el pánico: con el paso del tiempo uno va incorporando a su saber esos secretos mudos (what goes without saying) de cómo funciona ese neopaís y poco a poco pierde la sensación de vivir en un mundo que requiere subtítulos.