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Maletas

De regreso al país de residencia desde casa, el migrante suele llevar abultadas maletas, repletas, además, de objetos que podrían constituir por sí solos salas enteras de museos etnográficos. Pero ¿qué se lleva en la maleta el migrante y por qué lo hace? La respuesta no puede resumirse en un “porque le gusta, lo echa de menos y no lo encuentra o es carísimo en su país de residencia”.

Había mencionado antes la tarea a la que se enfrenta el migrante al hacer la maleta para volver de su tierra, algo especialmente problemático en las fiestas navideñas, cuando la pila de regalos suele ser numerosa (a menos que uno sea un raspa y nadie le quiera dar regalos), voluminosa, o las dos cosas a la vez. Aún es peor cuando el migrante tiene niños. En el momento de hacer las maletas, uno piensa para cuándo los fabricantes de juguetes decidirán reducir el engañoso a la par que atractivo tamaño de las cajas en las que abultan sus preciados productos, y de las que, naturalmente, los niños no quieren deshacerse.

Puzle a puzle, caja a caja, sumados a los ítems que uno suele llevarse, las paredes de la maleta se ensanchan cual vestido en musa de ópera, eso si el sujeto en cuestión logra salir victorioso de esta desafiante partida de tetris.

Aunque es verdad que el paso de los años le dan a uno tablas y se aprende truquitos, estrategias alternativas, como el uso de llevar bolsas de vacío para meter la ropa y ganar volumen (que no peso), “olvidar” alguna que otra caja, enviar un paquete por correos, pagar a la línea aérea por unos bultos extra… o ensayar frente al espejo caritas de pena o idear las excusas más peregrinas para cuando llegue el fatídico momento de enfrentarse al implacable (por obligación) personal de facturación (que por cierto, vive bajo la amenaza del despido o amonestación si deja pasar kilos de más; no es que sea malvado ni que disfrute viendo el contenido de tu maleta cuando te ves en la tesitura de sacar cosas de ésta para alcanzar el peso deseado). Toma nota: si tienes una amigo o familiar migrante, regálale algo de mínimo volumen, créeme, te lo agradecerá.

Pero, además de regalos ¿qué más hay en la maleta del migrante?

Algunas personas (entre las que me incluyo) tienen una lista de los habituales que traer, aun cuando las posibilidades de comprar por internet han mejorado considerablemente, aún hay determinados artículos de difícil acceso, por no hablar de los costes del transporte.

La comida es, con seguridad, el gran favorito. Jamón (del güeno) no suele faltar en ninguna maleta, especias, colacao, tomate frito, desodorante, colonia, ¡Pipas!, galletas…

El vino, en sus más ingeniosos empaquetados desde que las autoridades decidieron que el transporte de líquidos es altamente peligroso y las tiendas de los aeropuertos se resisten a soltar el negociaco que les brindó tal coyuntura (cada año se lee: ya que se ha probado que no era verdad, pronto se va a liberalizar el transporte de líquidos como equipaje de mano; al principio se ilusionaba uno, pero después de varios años consecutivos de promesas incumplidas, leer la noticia solo produce un bua en la mente del viajero enófilo.

Lo segundo más transportado, pongo mi mano en el fuego, son medicinas.

Los artilugios que forman parte de nuestra vida y a los que estamos acostumbrados, no son omnipresentes, y tienen mucho que ver en nuestra forma de vivir, y nuestra forma de sentir cómo vivimos la vida- véase mi post Objetos: paelleros, fuentes con forma de rana para gatos, una olla exprés, procesador de comida, arpones, fuelles para avivar el fuego de la chimenea, palos de escoba.. .

La ropa, más acorde con nuestra fisionomía o nuestros gustos estéticos, o simplemente más barata.

Los libros en nuestra lengua, las películas, etc, etc.

Las razones por las que el migrante embute su maleta con todos estos preciados bienes no pueden reducirse a la simpleza obvia de que a) a uno le gustan b) no los hay (o son de difícil acceso o caros) c) uno los echa de menos.

Cada punto o categoría tiene su explicación, porque cada uno pertenece a aspectos distintos de la experiencia vital y tienen sus complicaciones cognitivas propias.

La explicación sobre por qué el migrante almacena un botiquín privado pueden leerse en mi aparentemente polémico post sobre las medicinas que puedes leer aquí http://www.nomhadas.com/#!/czwt/Tag/medicinas

Con respecto a la comida, la explicación de porqué el migrante añora determinados alimentos va más allá de un simple “porque me gusta, lo echo de menos y no lo consigo o se puede adquirir a precios desorbitados”

Además de constituir un obvio deleite físico, un placer lúdico, la comida posee un poder evocador (recuérdese la magdalena de Proust), es capaz de transportarnos a otros tiempos, es capaz de darnos la sensación de seguridad, etc.

Lo que posiblemente encuentres chocante es que la comida funciona también como marcador étnico: es decir, nos definimos también a través de lo que comemos (¿cuántas veces has oído lo de: eso es comida de niños, de mujeres, de hombres; o recordemos las prohibiciones judías o islámicas o cristianas; o en la película Ocho Apellidos Vascos dicen: “Tú como eres Clemente, igual te pides paella”)

Lo mismo ocurre con la ropa: nos definimos a través de nuestra apariencia física, a través de ella no solo mostramos, sino que también construimos nuestra identidad. El largo de las faldas, el ancho de los pantalones, los colores, el estilo. E incluso, aun cuando las tiendas de omnipresentes macrocadenas textiles hayan florecido por el planeta como setas, aún nos gusta marcar la diferencia y vestir prendas no accesibles a nuestros neocompatriotas.

Como en todo. En la maleta llevamos un poco de “a lo que estamos acostumbrados” y un nuestro “ser diferentes”.

Y tú: ¿qué te llevas en la maleta?

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