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La raza no es algo biológico, sino sociocultural

La raza no es una categorización biológica sino sociocultural.

En el siglo XVIII, el naturalista alemán Blummenbach ideó (que no descubrió) el concepto de raza, al clasificar a los humanos en cinco grandes grupos atendiendo a un análisis craneométrico.

Es humano clasificar a “los otros” y una de las vías de esta categorización es el aspecto físico. Sin embargo, el concepto de raza tal como se entiende popularmente, carece de fundamento biológico, no solo por cuestiones de dotación genética, sino también porque las fronteras entre un tipo y otro son fluidas, móviles y dinámicas. No es que no exista la raza, existe, pero no es algo biológico, sino sociocultural.

En todo caso, el problema no reside tanto en que la clasificación racial no tenga fundamento biológico, como en el uso político, social y económico que se da a la clasificación racial, fundamentalmente porque se asume una esencia biológica que ha servido para justificar una relación de dominación por parte de la raza caucásica, que aún, por extraño e increíble que parezca, perdura. Queda mucho camino por recorrer, y muchas voces que alzar para que la discriminación racial se termine. Espero que este post sea un granito, que al menos despierte la reflexión.

A finales del siglo XVIII, el alemán Johann Friedrich Blummenbach ideó una sub-clasificación de la especie humana basándose en las medidas craneales, definió cinco grandes grupos, la raza caucásica (lo que se conoce vulgarmente como blanca), etíope (o lo que se conoce como negra), mongoloide (asiáticos), malaya (sudeste asiático) y americana (Indígenas del contiente americano, indios americanos)

Sin embargo, esta clasificación no era otra cosa que una agrupación arbitraria de características de la fisionomía humana, es decir, Blummenbach hubiera podido elegir, de la misma manera, el color de los ojos o la forma de las manos como criterios clasificatorios.

Pero no se quedó ahí, les atribuyó también unas características psicológicas. Algo que, afortunadamente, ha quedado más que refutado gracias a los avances en el conocimiento de la antropología, con aportes como el del grandísimo Franz Boas.

El hecho de que clasifiquemos (sí, y por su nombre: encasillemos) a los que consideramos distintos a nosotros (”los otros”) es algo muy frecuente entre los humanos y hemos hablado de ello en post anteriores.

Y es aún más frecuente que practiquemos esta clase de prejuicios basándonos en el aspecto físico, ya sea corporal o a través de las ropas o adornos, o incluso accesorios como el coche, o el tipo de perro que uno pasee, etc.

En el caso de la raza, aun cuando el origen de la clasificación eran las medidas craneales, el concepto popular (el de andar por casa) se basa principalmente en el color de piel, pero también en el color de ojos, de pelo, la estatura, etc.

El aspecto es lo que se conoce como fenotipo, mientras que el genotipo es la dotación genética:

Por ejemplo, tienes los ojos azules (fenotipo) pero en tu dotación genética hay color marrón (que podrías transmitir a tus hijos).

Pues bien, las dotaciones genéticas no pueden hacerse coincidir con los grupos raciales. Por si os chirría, os pongo un par de links a modo de ilustración , aunque hay literatura abundante al respecto http://www.elmundo.es/elmundo/2002/12/17/ciencia/1040123705.html

Es también difícil definir las fronteras entre las razas, ¿cuándo deja uno de ser etíope para ser caucásico? ¿de qué raza sería un malayo nacido de padres etíope y americano, a su vez de padres mongoloides? Podríamos continuar inventándonos nombres para las múltiples posibles combinaciones. A esto me refiero con que las “razas” no son cuánticas, sino que cubren (hasta en el imaginario) un espectro continuo, de la misma forma que lo hacen los colores, o más bien, precisamente porque los colores son un espectro continuo.

Lo que es más: no existe en el planeta nadie con que pueda legítimamente proclamarse de raza pura.

Lo que sí puede definirse es la especie: compartimos, como homo sapiens, un acervo genético reproductivamente compatible. Podemos entre nosotros, caucásicos, etíopes, malayos, y lo que se quiera, engendrar otros miembros capaces a su vez de procrear otros miembros de la especie. Es lo que se llama aislamiento reproductivo.

Sin embargo, que biológicamente no pueda hablarse de razas, no quiere decir que no existan: lo hacen, en las mentes de las gentes, suponen fronteras imaginarias, fronteras de poder.

La tradición occidental (o más bien: europea), con su colonialismo abrasivo llevaba por el planeta la convicción de la superioridad de la raza blanca (caucásica) y que hoy sobrevive de múltiples maneras que nos pueden resultar invisibles (o no, o puede que no queramos verlas) y que continúan vigentes, tantos años después de aquél “I had a dream” so pretexto de las cualidades inferiores asociadas a esa supuesta dotación genética, que, como acabamos de ver, no es más que un fantasma imaginario pero que sirve para justificar lo injustificable. Por ejemplo, el tratamiento que reciben los llamados afroamericanos. Cuando hablaba de los estigmas, mencioné el experimento del psicólogo Arthur Jensen donde intentaba probar la inferioridad intelectual de negros y mejicanos (ante las mentes preclaras blancas como la suya, por ejemplo), en lo que atribuía a causas biológicas (sus genes son inferiores), y por tanto, por una parte, hacen fútiles los intentos de escolarización o de ayudas. Por otra parte, significa que se tienen bien merecida su inferior posición socioeconómica. No voy a repetir ahora las falacias del experimento, puedes leerlas en mi post sobre el estigma aquí http://www.nomhadas.com/#!II-Todos-partes-generalidades-eternidades-Las-personas/cmbz/3D60A44B-5DA9-4BDA-A472-EBADFBD5F031 o ver el extracto de los trabajos de Steele, Aronson y Spenceral respecto aquí: http://www.apa.org/research/action/stereotype.aspx

A esto es a lo que llamo el uso sociocultural de la raza. Comoquiera que quienes están en posesión de la llave para el cambio son los mayores interesados en la permanencia de esta creencia, el camino por recorrer es largo, pero debería empezar con un rigor científico en la enseñanza escolar, y un progresivo abandono de un discurso popular erróneo.

El camino está repleto de obstáculos, pero hay que echar a correr y saltarse todas las vallas. Para que de una vez por todas y cuanto más pronto mejor, dejemos de lado este canibalismo mental, que nos hace miserables como especie.

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