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¿Qué es el etnocentrismo?

Una de las cosas más interesantes de irse a vivir al extranjero (o el extranjero dentro de tu país, que de eso también hay, ¿verdad, Carmen?), es el ejercicio supremo de cura de la enfermedad que nos sigue a todas partes, por mucho empeño que pongamos en evitarlo: la etnocentritis.

Esta enfermedad es congénita al ser humano, aunque tiene algún que otro remedio. Y consiste, ni más ni menos, en creer que los demás lo pasan fatal o están atrasadísimos porque no tienen lo que nosotros, pero no solo objetos, sino creencias, gustos estéticos, conocimientos, o incluso ciencia. En la experiencia migrante, casi más interesante que lo que uno aprende sobre las demás culturas, es lo que uno aprende de la propia, porque de pronto, al ser confrontada con otras realidades, se nos hace evidente aquello que hasta entonces era invisible.

Lo que ocurre es que nuestra cultura nos da una perspectiva, no sólo moral, sino también estética y cognitiva. Nos enseña qué está bien y mal, qué es feo y bonito; nos enseña qué es verdad. Y además nos dice que eso que hemos aprendido es así y no puede ser de otra manera. Nos regala unas bonitas gafas. Y no podemos movernos por el mundo sin ellas, porque sin ellas no podemos ver las cosas, pero que al mismo tiempo, esas mismas gafas nos impiden ver la cosa en sí, el Noúmeno en palabras de Kant. La coseja en sí *nos está prohibida. No podemos ver las cosas, sino las representaciones que nos hacemos de las cosas. No vemos una manzana, sino la imagen de la manzana.

Cuando llegamos a otra cultura nos tropezamos con creencias distintas (y de pronto, lo que no estaba bien sí lo está y viceversa), nos tropezamos con gustos distintos (hay que ver lo horteras que son los... inglesesalemanesnoruegosdanesesamericanosfrancesesfilipinosoconchinchinos o la comida de tal sitio es una porquería), nos tropezamos con ciencias distintas. Porque tampoco la ciencia se salva. Como ya dije en el post de las medicinas, los hechos son los hechos, y la veracidad científica de los hechos es una cosa, pero tanto la interpretacióm como el uso que se le da al hecho científicamente comprobado es otra bien distinta.

Precisamente ayer leía en un post de facebook la cansante a la par que común queja meteorológica: estos metereólogos no tienen ni idea (una costumbre que se aprende en el colegio al mismo tiempo que se aprende a criticar la comida del comedor y que no nos abandona nunca, a menos que hagamos un ejercicio reflexivo y nos hagamos mayores).

Bien: los meteorólogos nunca aciertan es una frase tan falsa como un billete de 5000 euros. A pesar de que las predicciones (si pensamos en este restringidísimo uso de esta ciencia) son el resultado de complejísimos cálculos rigurosamente científicos, mucha gente gasta la creencia de que nunca aciertan (porque la gastan cada vez que lo comentan con sus amigos): y aquí tenemos un ejemplo del uso del conocimiento científico.

De un lado, los partes meteorológicos no tendrían sentido si no hubiera una audiencia para ellos, pero por otro lado, esa audiencia no lee solamente lo que dice el parte, no se queda con las isobaras, isotermas, o la probabilidad de precipitación. Cada persona interpretará esos datos con sus baremos, con sus experiencias, sus expectativas y sus necesidades.

Lo mismo ocurre con nuestra experiencia estética: nuestra manera de entender lo bonito o lo bueno para comer está altamente influenciado por lo que hemos aprendido, por cómo hemos domesticado nuestro paladar, cómo hemos oído decir un millón de veces que el jamón ibérico de bellota es el mejor manjar del mundo y hemos aprendido a distinguirlo hasta en una cata ciega, porque hemos adiestrado nuestros sentidos para identificar los síntomas - esas vetas de grasa, ese sabor, esa consistencia.

Por no hablar de lo que pensamos que está bien o mal.

Colarse en el metro, hacer ruido, esperar el turno en la cola de la tienda, devolver el dinero cuando el frutero te da mal las vueltas. Son cartotecas de lo que suponemos como buenos modales y procederes.

Lo peor del etnocentrismo es que es invisible, ni siquiera nos damos cuenta de que estamos poniendo nuestras presunciones, nuestras presmisas, como si lo de lo demás tuviese que ser como lo nuestro, impepinablemente. Porque se nos olvida juzgar lo nuestro o porque simplemente no lo vemos. Un antropólogo dijo una vez que en un mundo en el que todo fuera azul, la palabra azul no tendría sentido para sus habitantes. Él hablaba de lingüística, pero su frase nos vale: porque el etnocentrismo son unas gafas que no nos dejan ver. Hasta que nos dan otras gafas. O casi: otros ojos. Y entonces empezamos a mirar los nuestros, y a darnos cuenta de cosas que nunca habríamos sospechado de nuestra propia cultura. Y entonces, si aprovechamos bien la gran oportunidad que se nos ha brindado, crecemos.

*Uno de los profesores de la facultad de filosofía (que era adorador de Kant) solía acabar sus palabras en -eja o -ejo y como broma tradujimos el término kantiano a su particular dialecto.

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