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Reyes

Te levantas a las siete, quizá un poco antes.

Te haces el desayuno; no hay nada de especial a tu alrededor, tu gata, que quiere que le des galletitas y le dejes salir a darse un paseo. Como todos los días. Café, si eso una galleta... pero buá. Ná.

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Ayer dejaste el zapato en el salón con una secreta esperanza... pero en el fondo lo sabías: el zapato está ahí, más solitario que nunca, gritándote su silencio, la vacuidad de su alrededor. En esa quietud que dan los objetos dormidos que deberían estar despiertos.

Nada es como aquellos días en los que la noche anterior se respiraba una magia especial, aunque ya supieras la verdad.

Otro año más sales a la calle y nadie parece darse cuenta de que hoy es Reyes. Te da la sensación de estar en la escena de la Gran Vía vacía de Abre los ojos.

Es como si los Reyes estuvieran de espaldas. No hay regalos junto al zapato. No hay roscón, ni una montaña de papeles de regalo arrugados por el suelo. Ni las risas ni las gracias ni las tres copas vacías de champán o el pan seco: no los dejaste por la noche. Claro: será por eso que no han venido.

Unas veces es más duro estar lejos de casa que otras. Porque no todos los días son iguales. Hay días que no son como todos los días. A veces te gustaría estar ahí, pero no para abrir los regalos sino para apretarle la mano a tus hermanos o a tu padre.

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