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¿Qué le pasaba?

En realidad a la mujer de la semana pasada lo que le pasaba es que estaba posando para una sesión fotográfica.

Pero no creais que puse este post para haceros sentir engañados, trucados o algo por el estilo.

Cada uno habéis contestado lo que se os ha venido a la mente.

De lo que se trataba es de ver cómo leemos el mundo exterior, cómo interpretamos las señales. Y una de las grandes tareas de la cultura es enseñarnos a interpretar esas señales.

Por ejemplo, el agradecimiento: nostros hemos aprendido a dar las gracias de una manera, pero eso no quiere decir que no se muestre aprecio de otras formas en otras culturas. Por ejemplo, en la cultura danesa, cuando uno se levanta de la mesa, da las gracias por la comida. Mis neocompatriotas deben pensar que soy una maleducada. Porque nunca lo hago. Me resulta hasta incómodo, pero también en muchas ocasiones se me olvida.

Ellos han aprendido a leer la señal de no dar gracias por la comida, de la misma manera que han aprendido a hacer la señal de darlas.

Y a veces estas señales nos pasan desapercibidas, aunque aprender ciertos pequeños protocolos son llegar a comprenderlos es relativamente fácil.

Otra cosa son los significados más complejos. Os pondré un ejemplo: antes de venir a vivir a Dinamarca lei El festín de Babette- una lectura que recomiendo a todo el mundo: se puede sacar de la biblioteca o comprar (a todo esto, me parece un poco increíble que en España todavía se use el pseudónimo de Isak Dinesen, con su género, aquí siempre se usa el verdadero nombre: Karen Blixen, cuya casa, por cierto, está relativamente cerca de la mía, a menudo paso por delante en mis carreras y me la imagino escribiendo en ese pedazo de porche con vistas al mar). Me enrollo, perdón. Al grano.

Pues bien, disfruté muchísimo del relato. Lo interpreté como una oda a los sentidos, a la vida. Al vivir. Y no es que no lo sea, pero se me escapaba algo muy importante: la descripción (y si se quiere, la crítica) del valor de la austeridad, de la negación de lo especial. Porque a mí me parecía de todo punto impensable que disfrutar de una comida no fuera algo obvio. Me parecía impensabe negar el valor del placer.

Lo mismo ocurre con los chistes, con el humor. A menudo oimos decir: Es que ellos (los daneses, los suecos, los alemanes, los polacos, los yutamantecaños, me da igual) no tienen sentido del humor. Pues no, claro que lo tienen, lo que pasa es que lo que a tí te hace gracia, a ellos no les hace ninguna, y viceversa: hay cosas de las que ellos se carcajean que a ti no te mueven ni un solo músculo facial.

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