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Etnocentritis aguda y oreja a la plancha

Foto: comecaminos http://comecominos.blogspot.dk/

I. Etnocentritis aguda

Cambiar de cultura supone, como hemos visto en otros posts, una confrontación directa con los principios, valores, costumbres que habías dado por universales, inapelables, incriticables (porque así te lo han enseñado en casa, el colegio y en la calle).

No se sorbe la sopa y punto. Y llegas a Japón y todos: ¡hala! venga a sorber, unos sorbidos ruidosísimos fbrdllliiuuuu. Y encima te regañan cuando no sorbes -¿qué pasa, no te gusta la sopa? Pues aunque no te guste, es de mala educación no mostrar aprecio, así que venga: ya estás sorbiendo la sopa- y tú recuerdas casi con nostalgia las collejas que te llevaste de pequeña/o por mucho menos de esos sorbidos que se oirían hasta en un concierto de los Ramones.

También hemos hablado de las fases de choque cultural: fascinación, aborrecimiento, ajuste y madurez.

No todo el mundo pasa por todas las fases - hay quienes jamás traspasan la segunda, los hay que no llegana la cuarta, los hay que entran directamente en la cuarta... y además, no son fases cerradas, creo yo. Son cíclicas.

Algunas veces entramos en crisis personal y recaemos en la segunda fase: le llamaré a esto etnocentritis aguda. El etnocentrismo, como hemos visto antes, consiste básicamente en creer que hay algo mejor que lo demás. Y que ese algo es lo tuyo, que los demás no saben: hay que enseñarles cómo se hacen las cosas, cómo se trata a las personas. El bien y el mal, lo bueno y lo malo son términos absolutos.

Llevar etnocentrismo en la maleta es altamente tóxico; Claro: es natural, porque los humanos algunas veces somos así, pero si no sabemos combartirlo, nos hará daño y no nos dejará crecer como personas.

Huelga decir (o no) que los esfuerzos por comprender y aceptar las nuevas costumbres, valores o ideas, no quiere decir

ni que todo nos tenga que gustar- de la misma manera que no nos gusta tampoco todo lo propio-

ni tampoco que no tengamos derecho a criticar la nueva cultura, porque, recordemos, la visión de que los migrantes somos meros invitados es, afortunadamente, una antigualla mental.

Eso sí: si queremos, ya no solo sobrevivir, sino también enriquecernos, deberemos ejercer dosis extraordinarias de tolerancia que sólo conozco unas pocas personas que podría contar con los dedos de una mano.

II. El fenómeno Oreja a la plancha

Para definirnos nos incluimos en categorías (soy generosa/o, soy abierta/o, tengo sentido del humor, etc etc), pero a veces es mucho más fácil definirse a través de un grupo de personas (que pueden ser: a los que les gustan los Ramones, o Bach, porque la pertenencia a ese grupo lleva inserta una carga de significado; también puede ser una etnia o como quiera llamarse: yo soy español, catalán, chino o esukaldún. Nos gusta sentirnos incluídos.

La parte fea de la inclusión es la exclusión, el "Tú no perteneces".

Nos gusta definirnos como nosotros frente a ellos.

Y ocurre en muchas ocasiones, que , como migrantes, en contacto con otras/os migrantes, nos posicionamos como "ellos" (frente al "nosotros" de los locales), mantenemos conversaciones de migrante frustrado: que a ratos son sanas, porque airean nuestras frustraciones, y bien llevadas nos pueden conducir a una reflexión sobre nosotros mismos... pero claro, está en el peligro del fenómeno

oreja a la plancha foto copy.jpg

Que si los locales hacen esto o lo otro, que si no saben, que si son unos bárbaros... que si patatín y patatán. ¡Uf, qué cansado!

Dependiendo de la serveridad de la etnocentritis aguda que padezca tu amiga/o y de tu propio estado (muchas veces no estamos para estas sesiones de oreja) .. tienes múltiples opciones:

* Puedes usar las charlas como catarsis, o para aprender cosas sobre "ellos" (recordando, siempre, que las nacionalidades no son personalidades, y que se trata de formas de obrar más que de formas de ser) y ya de paso, reflexionar sobre las tuyas propias. ¡Se aprende mucho de sí mismo y de la propia cultura en el contraste!

* Si persisten las molestias, lo mejor es dejar la medicación; así que cuando tu amiga/o saque el tema tú te arrancas por peteneras y le hablas de la nocilla, de las verdes montañas segovianas o de la habilidad de tu abuela para bailar la jota aragonesa. Créeme, a la quinta vez que lo hagas habrá perdido la motivación para hablar del tema- aunque claro, te arriesgas a perder un amigo.

* También puedes ejercer de embajador de la tolerancia, aunque es un trabajo poco agradecido, te lo digo por experiencia. No hay peor sordo que el que no quiere oir, dicen. Pero se puede probar a plantar semillas de duda, poco a poco.

* Tomártelo con humor: yo uso mucho esto (aquí puedes ver a lo que me refiero) para finiquitar conversaciones circulares o que me molestan, sin que me moleste la persona que las lleva.

Porque no hay nada mejor que la risa (la brisa, la risa y el oro).

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